Lola Rivero era muy especial, llevaba las sevillanas en la mirada y las bulerías en la sonrisa, y con esa manera tan cariñosa de ser envolvía a todos los de esta tierra septentrional para abrillantar incluso los días más sombríos del invierno. Su llegada a Huesca fue una especie de serendipia, un hallazgo casual llamado Juan Carlos y apellidado Foncillas que se fue de ocio a Sevilla y de allí volvió con media naranja comprometida. Tan sobrevenida y tan hermosa fue la relampagueante historia de amor que se convirtió en un cara o cruz. Juan Carlos pensaba mudarse a la capital hispalense pero fue Lola, generosa, la que escogió un sacrificio que se convirtió en virtud.
Ha fallecido en las últimas horas Lola Rivero con 75 años de edad, rodeada de su marido, de su hija Belén, de su hijo político y de su nieto. Por decisión propia, después de recibir a quienes quieran acompañar a la familia en el pesar, tomará el viaje inverso y sus cenizas quedarán depositadas en el columbario frente a la capilla de San Lorenzo de la parroquia del mismo nombre, próxima al Jesús del Gran Poder.
Lola concluyó brillantemente sus estudios de Derecho en Sevilla, y se especializó en Mercantil. Comenzó a trabajar en el Banco Exterior (que posteriormente desembocaría en Argentaria). Conoció hace 48 años a Juan Carlos, que disfrutaba de la Giralda y los jardines del parque de María Luis hispalenses, y el flechazo fue con billete a Huesca incorporado. Por estos lares dio clases de Derecho Agrario en la Escuela de Capacitación, y también en la Escuela de Graduados Sociales. Cursó el doctorado en la Universidad de Zaragoza y estrenó la escuela de Empresariales oscense, de la que llegó a ser subdirectora.
Frecuentó multitud de asociaciones, entre ellas la del Barrio de San Lorenzo. Pese al transcurso de los años, nunca perdió su carácter sevillano ni su acento, que manejaba con salero y alegría. Se integró en la Casa de Andalucía y fue la segunda presidenta después del presidente fundador, Luis Manuel Aranda. Bajo sus auspicios, creció hasta instalarse en las actuales dependencias de Pasaje Jilgueros, hace tres décadas.
Transcurría la vida plácida para Lola Rivero cuando tomó los derroteros de la jubilación y, sin embargo, el júbilo fue asaltado por esa enfermedad de nombre alemán que deja al ser humano sin el preciado patrimonio de los recuerdos. Una de esas injusticias que zarandean la fe y derriban la esperanza. Con esa crueldad lenta que le caracteriza, fue minando la resistencia de esta mujer fuerte, alegre y admirable, que en las últimas horas ha usado su último comodín de aliento. Y esa sonrisa por sevillanas se ha apagado, dejando para la memoria de cuantos le rodean y de quienes la conocimos el luminoso retrato de su vitalidad. Descanse en paz.