Es el día más triste del año. De muchos años. No es por la majadería esa del Blue Monday. Es porque ha dejado de mejorar este mundo, con 56 años, en su ejercicio infinito Javier Pardo Ferrer, creador del Ansils, profesor admirable y admirado, fundador de la Asociación de Sumilleres de Aragón y de la de Amigos del Vino de Huesca, todo virtud, todo resistencia en los últimos meses contra la crueldad inhumana de la enfermedad abrasiva.
Ha tenido muchas vidas en una Javier Pardo, un modelo de iniciativa y participación desde sus inicios estudiantiles, compañero de sus compañeros, amigo de todos. Le gustaba ayudar y enseñar, porque la elegancia y la distinción discreta le acompañaban de serie. Quizás es la genética, pero el caso es que empezó a compartir sus conocimientos y sus actitudes en una escuela de hostelería en La Rioja.
Retornó a sus rediles ribagorzanos, instruyó en la Escuela de Hostelería San Lorenzo y se instaló en la Escuela de Hostelería de Guayente para convertirla en mucho más que un trabajo. Había abierto el Ansils, en Anciles, con su madre, donde mimó cada detalle y su reputación creció. A cada momento, le añadía todo lo que sabía, que era mucho. En el año 2000, de hecho, fue Nariz de Plata. Fue una edición histórica porque su competidora Blanca Saiz, cántabra, se alzó con la primera Nariz de Oro femenina de la historia.
Entendió, dentro de esa cultura familiar y exigente que es la Escuela de Guayente, la relación con los alumnos. Y tomaba siempre las decisiones más óptimas. En todo en su vida. Incluso cuando hace un par de años echó un paso al lado y dejó a sus hijos Iris, Bruno y Alma el Ansils. Porque veía más lejos que nadie, entendió que el talento de los jóvenes exigía un camino en solitario. Orgulloso, disfrutaba de los éxitos en Madrid Fusión, el Concurso Nacional de Tapas y la Estrella Michelín. ¡Y que vivan los pueblos!
En los tiempos venideros, las exquisiteces elaboradas por Iris se sazonarán con lágrimas por la pérdida del padre, del compañero, del maestro, del hombre que mantuvo la dignidad hasta que vio su última luz en Eriste.
"Javier ha sido más que un profesor: su cercanía, su sonrisa y su pasión por enseñar dejaban huella en cada alumno y compañero que tuvo el privilegio de conocerle. Con su carácter risueño, ha llenado sus clases de calidez, transmitiendo no solo conocimientos, sino también el valor de la vocación y el verdadero amor por la profesión.
Su partida nos deja un inmenso vacío, pero su recuerdo vivirá en cada anécdota compartida, en los platos que aprendimos a servir con dedicación y en las historias que llenaban de alegría nuestros pasillos.
Enviamos un fuerte y sentido abrazo a su familia, con la certeza de que su legado seguirá acompañándonos, enseñándonos cada día a honrar su ejemplo y su bondad.
Descansa en paz, Javi".
Ha sido la despedida de la Escuela de Hostelería Guayente, sencilla, sentida, con las letras de fuego del amor y la admiración. Segura de que, como dice su compañera y jefa de estudios María Ángeles Grasa, en alguna otra esfera, podrá disfrutar de la moto en las carreteras celestiales. Convencida del privilegio que ha tenido de gozar de su bondad, de su solidaridad, de su empatía, de su dinamismo y de esa sonrisa que le acompaña en cada una de las fotografías que se quedan como herencia contagiosa. Este martes, la Iglesia de Anciles, a las 12:30, acogerá a algunos de los que siempre le han querido porque querer ha estado en su naturaleza. Descanse en paz un grande: Javier Pardo Ferrer.