Gabriela Coarasa sazonó sus primeros guisos con la sal y el agua de sus lágrimas. No se había formado para dedicarse a la familiar Casa Blasquico, pero una circunstancia trágica cambió su destino, que era el de ejercer el Magisterio que estaba cursando a punto de terminar. Falleció su madre, Victoria, y, como hermana mayor, hubo de hacerse cargo del negocio en Hecho, donde su padre ya estaba delicado de salud. Todavía ejercería de maestra en Yebra de Basa, Badaguás y Urdués, pero hasta ahí.
Se le caía la casa encima, pero tiró de fortaleza y templanza en aquellos tiempos en los que los únicos trabajadores que caían por allí estaban relacionados con la serrería. Hubo de enfrentarse, con mucho respeto, a los fogones, con una aliada fabulosa, una hermana de su madre, Guadalupe, cuya mano en la cocina le ayudó a adquirir pericia y algún plato que nunca le abandonó, como las verduras rellenas que son santo y seña de Blasquico. En realidad, como reconocía, la que cocinaba bien era su hermana, Fina, pero decidió hacerlo domésticamente. Con su amplitud de horizontes, cruzó el Pirineo para aprender en cursillos de importantes chefs franceses (como Michel Gerard). Así configuró su propia personalidad culinaria, mestizaje imprescindible para concebir la propia cocina altoaragonesa.
Paralelamente, combinaba su perfección en la cocina y su voluntad de crear un auténtico museo en todas las estancias. Cada habitación era un universo propio de ensueño, un homenaje al Pirineo de la naturaleza y de lo esotérico donde la madera adquiría vida propia junto a las hadas, los duendes, los juegos de mesa y las leyendas. Todas las estancias se convertían en un monumento al buen gusto, a los matices, a la belleza. Las mostraba con humildad y sencillez, pero con mucho orgullo de haber mantenido y sublimado la labor de sus padres.
Su reputación se acrecentaba en aquella época de Lorenzo Acín y de Mariano Navas, donde ya relucía incipiente Fernando Abadía y la jovencísima Asociación de Hostelería y Turismo buscaba su camino que le marcaron grandes figuras como el presidente, Ángel Más, los hermanos Acín, Ramón Ruba, José Antonio Pérez y tantos y tantos empresarios, y donde sobresalían valerosas y admiradas mujeres fuertes como Merche Aldanondo y la propia Gaby Coarasa. Gaby, elegancia pura, protagonizó un programa antológico de "Con las manos en la masa" con Elena Santonja, en el que elaboraron verduras rellenas y pierna de ternasco deshuesada. Todavía en los ochenta.
Pronto, a la vez que brotaban jornadas gastronómicas y otras actividades, la personalidad dulce y de hierro de Gaby Coarasa proyectaba los valores de la mujer en la cocina a la vez que se reivindicaba con su propia sapiencia coquinaria, técnicas muy avanzadas mediante. Gaby era maravillosamente amable con todo el mundo, y su magisterio encontró la vocación que se vio interrumpida por la muerte de su madre con los cursillos que propuso y dirigió a la Diputación y la Asociación de Hostelería, que marcaron una época brillante en la culturización de la provincia. Fue una de las bases, junto a los anteriormente citados y no pocos más de todas las comarcas, del liderazgo gastronómico altoaragonés, porque hizo caminar a la vez la excelencia de los profesionales y la exigencia de unos clientes muy educados en los sentidos y los conceptos. Resumía su filosofía en una entrevista que tuve el honor de realizarle: "Me encanta que la gente aprenda y en sus casas disfrute de la buena mesa. Eso es cultura".
En su pequeño refectorio de Hecho, gozaban de todos los sentidos sus clientes -ilustres y anónimos, en pie de igualdad en el trato exquisito- que habían de reservar con tiempo porque era más la tentación que el espacio. Eran celebrados sus crépes de setas, las citadas verduras rellenas, los confit de pato, los boliches de Embún, la ensalada de perdiz, el civet de caza, las ostras, el ternasco deshuesado o sus postres caseros. Tradición, modernidad e inspiración aragonesa y francesa. La Guía entonces más reconocible en España (en competencia con la afrancesada Michelin), Gourmetour, le calificaba reiteradamente con un 7, que era mucho más que un notable y hasta que un sobresaliente.
Gaby fascinaba con la fluidez de todo lo que hacía, incluso la forma de dar el testigo a los jóvenes. En febrero de 2005, la chesa compartía clausura de los Talleres de Gastronomía con un joven muy prometedor, David Fernández Piracés, con una generación intermedia, la de Fernando Abadía y en un templo como es Las Torres. Gabriela rehusó todo el protagonismo en un símbolo de entrega del testigo. Exactamente igual que ya acompañaba desde sus últimos pasos profesionales a su sobrino José Félix, que admirablemente había asumido el relevo en Casa Blasquico. En homenaje a su tía, ha denominado al comedor Restaurante Gaby.
La gran cocinera de nuestra historia reciente ha sido reconocida con el diploma al Mérito Turístico en 1984, la Medalla al Mérito Profesional de la misma DGA siete años después, el accésit al Premio al Mejor Restaurante de Alimentos de España del Ministerio de Agricultura, la Placa al Mérito Turístico de Aragón, el Plato de Oro de Radio Turismo, la Sabina de Oro de la asociación de mujeres aragonesas, el Mejor Restaurante de Aragón de la Academia Aragonesa de Gastronomía en 2002 y el galardón de los premios de la Cámara de Comercio e Industria de la provincia de Huesca en 2001.
Con la incorporación de su sobrino Pepo y con más de medio siglo de duro y apasionante trabajo a sus espaldas, Gaby Coarasa se había retirado a Madrid con la familia de su hermana Fina, y dedicaba los veranos a descansar en su casa de Teruel, de donde había vuelto a la capital de España hace unos días. El reposo eterno partirá de las exequias fúnebres que tendrán lugar en Hecho este sábado a partir de las 12. Mediodía, justo cuando la gran Gabriela ya daba forma a los placeres que iba a servir en plato. En su sabiduría, se ha ido discretamente, aunque cuesta mucho pensar que la gastronomía y el turismo oscense no vayan a rendirle el tributo grande que merece. Descansa en paz, admirada Gaby, y gracias por tan generosa enseñanza de vida a la humanidad.