Al elegir la categoría en la que encuadrar este obituario tan sentido y tan indeseado, podría haber escogido entre deporte (como fundador del Club de Tenis y practicante cinegético), economía (por su fructífera ejecutoria en Vilas del Turbón), sociedad (por su altruismo) y cultura (por su indudable ilustración). No es hipérbole sino realidad, porque en José María Artero Lasaosa, 93 años, concurría en un sólo oscense -sin complejos- el talento, el ingenio, la magnanimidad y el liderazgo. Deja un vacío para sus familiares y sus muchos amigos, pero sobre todo una huella indeleble entre los personajes imprescindibles en el sentido brechtiano de la ciudad
Acaba de fallecer José Mari y se ha ido tan rápido al encuentro con su Aurorita (López Cajal), que le antecedió en el ascensor celestial, que prácticamente no ha dado tiempo a la reacción. Él, que tantos millones de pasos firmes ha dado en real y metafórico a lo largo de su prolífica hoja de servicios vital, padeció hace unos días un traspiés e, inopinadamente para su entorno, ha despedido su último aliento esta mañana.
José María Artero vino al mundo el 20 de julio de 1931 para proclamar una de sus más insignes e identitarias expresiones: "Rozar la perfección, pero por arriba". Era la fórmula que compartió con el que él mismo acuñó como "marqués de Lumbierres" (don Ángel de Montearagón, otro que le antecedió en el tránsito) incorporando el aspecto optimista por elevación. No en vano, se crió entre las maderas nobles y las telas distinguidas de La Innovación, el comercio con el que su padre, Pablo, aguapaba a las y los oscenses, con su madre, María, en una elegante discreción.
Fue un buen estudiante y destacó en el deporte. De hecho, el año próximo se cumplirán los 75 de su participación en el Campeonato Juvenil de Baloncesto de España, aquella bonita experiencia que arrancó el 13 de agdosto de 1950 con su llegada a San Sebastián en la que copararon el Urumea con el Isuela, en la que gozaron de los pinchos y el chacolí. Algunas travesuras, muchos rezos de la Salve en honor de la Virgen del Coro y un estadio de Atocha deslumbrante. Con Luis Broto, Rafael Fuertes, Ramón Huerva, Ricardo Oliván Gracia, Jesús María y José Ángel Pérez Loriente, y Mariano Sarasa, "llegaron, vieron y vencieron" para colgarse el oro ante el finalista Valladolid. José Porta Labarta les invitó a un buen restorán del casco viejo". El Ayuntamiento les homenajeó. Todas estas cuitas remembraba con su inmensa memoria José Mari.
En la empresa de su familia, aprendió que innovar era dar un paso antes que los demás y mejor que los demás para perfilar una personalidad profundamente creativa. Se formó en Comercio, aunque en realidad su amor por la lectura fue configurando un corpus intelectual al alcance de muy pocos, que dadivosamente compartía con sus muchos amigos en los refectorios públicos en los que demostraba además sutileza y perspicacia para disfrutar finalmente de los placeres de los fogones.
Quizás su trayectoria existencial es tan amplia que no cabe en un obituario sino que daría pie a un libro, seguramente con título similar al de Huarte de San Juan (Examen de Ingenios para las Ciencias), pero marquemos algunos de sus rasgos más significativos, comenzando por el de empresario que bebió de las fuentes familiares para emprender luego su senda. Tiene su simbolismo el hecho de que fuera a emprender, y con singular satisfacción, al macizo de las Vilas del Turbón, casi dos mil quinientros metros de altitud, allí donde las leyendas sostienen que las brujas tienden la ropa al sol. Con su socio Pepe Franch, consiguieron que el nivel de reputación de la mejor agua de España no conociera límites.
Extraordinario tertuliano (una cena con él constituía una enseñanza al estilo de las lecciones de los paseos socráticos), su afilado sentido del humor le hizo bromear en cierta ocasión con un gobernador civil que le sugirió que Vilas del Turbón merecía una etiqueta negra. Rápido de reflejos, expuso que ya la tenían. Y el prócer quiso probarla. Así que encargó media docena de etiquetas en negativo y se las remitió. A partir de entonces, el jefe de la gobernación le hacía pedidos y José Mari le satisfacía en una mentira piadosa... hasta que el destino envió al político a otros lares.
Más allá de la admirable experiencia empresarial que cursó hasta que una distribuidora de Coca-Cola realizó una oferta mareante por la mayoría de las acciones, José María Artero ha sido una voz cantante desde su abrumador conocimiento en muchas facetas. Una, recordada hace unos días, en la fundación del Club de Tenis Osca, que presidió durante muchos años en los que fue un vecino leal pero defensor de sus intereses de la Sociedad Deportiva Huesca. El valor de las acciones del club alcanzó niveles importantes pero, sobre todo, logró que el Osca fuera un claro objeto de deseo para quienes buscaban la nombradía social. En su honor, desde hace muchos años, se disputa el Torneo José María Artero, cuna de prometedores deportistas.
Otra de sus condiciones irrenunciables hasta su fallecimiento ha sido el amor por la naturaleza a través de la caza y la pesca. De ambas modalidades ha sido directivo en las federaciones aragonesas, y además una autoridad a la hora de afrontar los problemas y las crisis porque, de cuanto se urdía en los montes y los ríos, sabía incluso más que los jabalíes y las truchas. Firme defensor del equilibrio ecológico -que no ecologista-, José Mari era un "mariscal" a la hora de establecer la organización de los cotos en Sarsamarcuello o de Labata, donde era admirado mientras situaba en el plano las posiciones de cada uno con habilidad estratégica simpar. Amigos como Ángel Sanagustín (otra joya de persona) o Luis Puyuelo (el del Savoy) le esperan también en otra dimensión para las expediciones.
José Mari era un conversador colosal y un escuchante que todo lo procesaba, una persona absolutamente entrañable y solidaria, un baúl infinito de anécdotas e ilustraciones de vida, un elenco de matices que configuraron un carácter rico, un amante de su familia que se quedó coja sin Aurora pero siguió siendo su apoyo con sus hijos José María, Antonio, Pablo y Fran, con sus parejas y sus cinco nietos. Ha estado al pie del cañón en todas sus facetas hasta el último instante, director de operraciones en el coto que convirtió en un templo de la amistad, aunque últimamente los jabalíes celebraban que ya no practicaba su prodigiosa puntería.
En silencio, apenas con un leve suspiro, con esa sonrisa tan contagiosa, se ha marchado José María Artero Lasaosa. A quienes le hemos querido no nos cabe duda alguna de que Dios le acoge en su seno, seguramente muy cerca para divertirse con sus innumerables expresiones de ingenio español. Y, mientras, aquí podemos despedirle en el Tanatorio Bernués de la calle Fraga esta tarde de sábado y el domingo por la mañana hasta el funeral a las 13:30 horas en la Iglesia de San Pedro que tantas veces acogió sus oraciones con Aurora. Hoy, la calle del Parque que habitó luce más porque, entre la niebla, se cuela una estrella de Huesca con el nombre de José María Artero Lasaosa. Descansa y disfruta de la plenitud eterna, que la de aquí es un legado indeleble.