El WID Project (InDependent Women) en Zway, Etiopía, lleva más de diez años apoyando a mujeres en situación de exclusión social en procesos de inserción laboral, procesos que pasan por un período de formación y que en muchos casos continúan con la puesta en marcha de pequeñas actividades generadoras de ingresos. En este tiempo, la progresiva aplicación de un enfoque de género se ha traducido en la modificación de los mecanismos para la financiación inicial de estos emprendimientos, pasando del microcrédito hacia un modelo más consciente de las cargas vinculadas al género que afrontan las mujeres.
Cuando una mujer llega al WID Project, llega con todo. Con ilusión, con ganas de salir adelante, con expectativas, con su propia historia… y con cargas. Cargas de cuidados (hijos, progenitores, suegros, enfermos, personas con discapacidad en la familia…) y cargas de trabajo dentro y fuera del hogar. No es lo mismo calentar la leche en el microondas que levantarse con el amanecer para empezar a calentar el agua para el té matutino de toda la familia. No es lo mismo calentarse una pizza en el microondas que pasar varios días limpiando, secando y moliendo el grano para obtener harina.
Tan asumida está esta “mochila” en el WID Project (las propias trabajadoras la experimentan cotidianamente), que no se la incluyó entre los factores a considerar en el diseño de los recorrido de inserción laboral de las mujeres. Hasta que el proyecto se puso las “gafas de género”. Y apareció evidente que ser emprendedoras, prestarías de microcrédito y mujeres en la Etiopía rural más que empoderante, era extenuante.
WID Project: inserción sociolaboral de mujeres en Zway, Etiopía
El proceso estándar de una beneficiaria del WID consta de un período inicial de formación multidisciplinar enfocada a la inserción laboral. Las 55 mujeres que cada año participan en el proyecto reciben durante un año formación profesional práctica en talleres de cestería, panadería, cocina, repostería, tejido en telares, confección de utensilios en terracota, agricultura urbana y corte y confección. A esta formación eminentemente práctica, se añade otra más “teórica” en cuestiones como el emprendimiento, alfabetización y cálculo, o salud familiar. El objetivo es proporcionar a cada mujer el espacio, la información y la formación suficientes para realizar un proceso de reflexión, empoderamiento y (re)diseño de un proyecto de vida personal y familiar capaz de brindar mejores oportunidades.
Desde 2013, el proyecto ofrece la posibilidad de iniciar pequeñas actividades generadoras de ingresos (denominadas AGIs), bien de manera individual o grupal. Inicialmente, las AGIs se financiaron a través de microcréditos, siguiendo el modelo popularizado por el economista bangladesí Muhammad Yunus y su experiencia del Grameen Bank.
El microcrédito del Grameen Bank
El modelo del microcrédito para la financiación de pequeñas actividades productivas a mujeres en situación de exclusión social es la valiosa contribución del economista bangladesí Muhammad Yunus, creador del Grameen Bank, al combate a la pobreza en todo el mundo.
El mecanismo es bastante sencillo: las mujeres solicitan un crédito para emprender estas pequeñas actividades, crédito que pagan con los ingresos generados por su actividad. Las cuotas que pagan las prestatarias servirán también para la concesión de nuevos préstamos a otras mujeres.
Yunus elaboró todo un marco teórico, partiendo de dos premisas básicas: la primera asentada en la concepción del crédito como un Derecho Humano, fundamental para la consecución de una vida plena. La segunda, basada en que son los propios pobres los que mejor saben cómo salir de su pobreza: “no necesitan que les enseñemos a sobrevivir: es algo que ya saben hacer”. El economista mantenía que “todos los seres humanos somos empresarios potenciales”, y en esa confianza basó la implementación del que ha sido y es un instrumento de protagonismo decisivo en el combate a la pobreza a nivel mundial de los últimos treinta años.
El microcrédito, desde sus inicios, centró su actividad en las mujeres, y seguramente allí reside una de sus grandes enseñanzas, que hoy admite pocas dudas: las acciones de desarrollo económico y social centradas en mujeres tienen un mayor impacto en términos de reducción de la pobreza, puesto que en todas las culturas y pueblos, las mujeres tienden a compartir sus beneficios con todo el núcleo familiar (y aún social) en mayor medida que los hombres.
Parecía evidente que el microcrédito incorporaba ya un enfoque de género, puesto que dirigía su actividad exclusivamente hacia las mujeres, atendiendo también a las mayores dificultades que éstas tenían en su acceso a recursos.
Primeros años, primeros problemas
Entre 2013 y 2018, 165 mujeres emprendieron su propia actividad económica en el WID Project financiada total o parcialmente a través de un microcrédito. Ya desde los inicios, aparecía como problemática la restitución de los créditos. Además, las actividades emprendidas eran de poca entidad. Los beneficios no alcanzaban para mantener a la mujer, a sus familias, y restituir el microcrédito. Si, una vez restituido el primer crédito, la mujer quería expandir la actividad, quedaba avocada a solicitar un segundo crédito, alargando tanto su situación de vulnerabilidad (el endeudamiento es también un factor de vulnerabilidad) como la dependencia del propio WID Project.
En los problemas de continuidad de las actividades (no perduraban en el tiempo), también se apreciaba un componente motivacional: para las mujeres emprendedoras, el iniciar una actividad productiva propia suponía un incremento de trabajo muy importante, y no percibían una mejora proporcional en sus condiciones de vida o en las de sus familias: seguían trabajando mucho, seguían afrontando dificultades para sacar a sus familias adelante, y encima estaban endeudadas.
Cuando te pones las gafas y no ves nada
Una de las metáforas más usadas cuando se habla de la incorporación del Enfoque de Género a proyectos de intervención social remite a la utilización de unas “gafas de género”, que equivale a un análisis pormenorizado de todo el programa y de sus efectos en hombres y mujeres identificando las diferencias.
Bajo este enfoque de género, la conclusión más evidente fue que la afirmación de Yunus de que “todos somos empresarios” chocaba radicalmente con las circunstancias vitales de todas las participantes en estos programas. Además de la creatividad y la energía necesarias para poner en práctica una idea productiva, un emprendimiento necesita espacio, recursos y tiempo. Tres cosas de muy difícil acceso si eres mujer pobre.
Simplificando, el modelo del microcrédito persigue convertir en “autónomas” (alguien en quien recae toda la responsabilidad de su negocio y que depende de sí misma para su sustento y el de su familia) a madres de familia numerosa sin apoyos en la crianza. Es decir: a madres ya sobrecargadas de trabajo y con una consideración de inferiores en la sociedad, se les pide que se sacrifiquen aún más, y que saquen adelante una actividad empresarial, y paguen un crédito.
Ante esta necesidad de ajustar el programa atendiendo a las circunstancias que, por su género, viven las mujeres participantes, se han reforzado las medidas de conciliación y apoyo familiar brindadas a las mujeres durante su trayectoria formativa y el inicio de su emprendimiento, buscando aliviar temporalmente a las mujeres de algunas cargas inmediatas. Se ha reforzado la formación del equipo humano del proyecto y de las mujeres participantes, incorporando también formación en género. Se ha mejorado el acompañamiento brindado a cada mujer antes de su emprendimiento y durante el mismo.
Como medida más relevante, se ha ido progresivamente eliminando el microcrédito como mecanismo de financiación, sustituyéndolo por la provisión de un capital inicial destinado directamente a los gastos de puesta en marcha y funcionamiento del emprendimiento que la mujer no tiene que devolver, dando así lugar a resultados más inmediatos de la actividad productiva (y, por tanto, mayor motivación de la mujer para continuar) y a una mejora más palpable de las condiciones de vida de todo el núcleo familiar.
En 2023, 55 mujeres están participando en el proyecto “Emprendiendo juntas en Zway, Etiopía”. Muchas de ellas están iniciando pequeñas actividades generadoras de ingresos, como son la cría de ganado a pequeña escala, la cría de pollos, la apertura de pequeñas tiendas de barrio o la venta de alimentos en el mercado semanal de la ciudad. Cada una de ellas ha contado con un capital inicial, aportado también por el Ayuntamiento de Huesca, que les ha permitido poner en marcha estos pequeños emprendimientos de manera algo más serena y, sobre todo, más justa y consciente de la pesada carga que la mayoría gestiona antes, durante y después de su trabajo fuera de casa.
* Desde 2014, el proyecto ha contado con el apoyo constante de Entarachen-Bosco Global, delegación altoaragonesa de la ONGD salesiana Bosco Global. Fruto de esta colaboración ha sido también el apoyo de instituciones locales como el Ayuntamiento de Huesca, la Diputación Provincial de Huesca, el Ayuntamiento de Ejea de los Caballeros o el Ajuntament de Sabadell a las actividades del WID Project.
(*) Teresa López Aznárez es voluntaria de Entarachen-Bosco Global