En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad recupero este cuento que escribí hace unos años, con motivo del 50 aniversario de Atades Huesca (ahora Valentia). Un relato que titulé “Numerolandia: Una historia de integración”, sin imaginar que la vida da muchas vueltas e iba a refrendar con mi experiencia personal muchas de las conclusiones que esbozaba al final de este escrito.
Nuestra historia se iniciaba así: El sol brillaba radiante en el país de los números. Aquella mañana de primavera, las cifras pares debatían sobre las cosas que preocupan a los números.
En aquel parlamento sólo participaban los pares, que eran números perfectos porque eran divisibles. Excepto el dos que era el único número par primo, y los primos eran un poco raros.
Aunque a regañadientes, a los números doses les dejaban que asistieran a las reuniones y tenían voz pero no voto.
Ese día, el representante del partido de los cuatros exponía nuevas reformas para Numerolandía, propuestas que siempre se aprobaban por mayoría abosoluta porque todos pensaban igual. Y recuerden que cuando en un sitio todo el mundo piensa igual es que piensa muy poco.
Mientras estaban hablando, las puertas del salón se abrieron, todos los pares se quedaron mirando expectantes al umbral de aquella puerta.
El representante de los ochos sorprendido y enojado exclamó:
- ¡Quién osa molestarnos en pleno debate!
El número dos sonreía satisfecho pues sabía lo que iba a ocurrir a continuación.
Un grupo de unos entró en el parlamento. Eran números muy proactivos con capacidad para liderar y hacer cosas distintas. No eran líderes porque querían ser los primeros si no que eran los primeros siempre en hacer las cosas. El uno número uno, al que llamaban Atila, solicitó amablemente que les dejarán participar en el debate.
A continuación accedieron al recinto los treses, los cincos, los sietes y por último los nueves. Eran los nones, cifras distintas e imperfectas
Atila comenzó a exponer sus razones, disertaba con tranquilidad acerca de lo que podían hacer juntos, de las infinitas posibilidades que existían si participaban todos. Algo de lo que todos se sorprendieron pues infinito era un concepto del que todos hablaban y que nadie había visto jamás.
Les dijo que entre todos salvarían las dificultades y obstáculos que se presentaran en el camino, sólo con la capacidad de creer para crear.
Comentó que solos irían más rápido pero todos juntos llegarían mucho más lejos. Y por supuesto que era más entretenido jugar al fútbol con portero.
Entonces tomó la palabra el siete, un número del que todos habían oído comentarios. Habló del poder de la diferencia, de que la ignorancia era muy atrevida y que el desconocimiento generaba recelo.
El portavoz de los cincos expuso que la creatividad surgía de lo distinto, de la flexibilidad mental y de huir de modos de resolución preconcebidos. De ver lo que todo el mundo ha visto y pensar lo que nadie ha pensado.
El dos asentía constantemente mientras los impares hablaban.
El tres dijo que, como había dicho un señor con bigote y el pelo gris alborotado del que no recordaba el nombre, todo era relativo, que nuestra realidad era nuestra percepción y que por tanto nada era verdad ni mentira que todo dependía del cristal con que se mira.
Los pares escuchaban pensativos, reflexionando sobre los argumentos que esos números distintos estaban aportando.
En un momento determinado de la conversación, el dos tomó la palabra y les habló de un número muy extraño que había conocido hace un tiempo, el cero.
A lo que los ochos aludieron de forma despectiva:
- ¡Eso es una pobre cifra que no vale nada!
En ese mismo instante, algunos ceros entraron en la sala, se trataba de un número que parecía muy poca cosa. Una especie de círculo o de óvalo muy raro.
Entonces sucedió algo maravilloso…
Cuando ese “pobre” número sin valor se ponía detrás de cualquiera de los números presentes sus sonrisas se iluminaban y el valor de ambos se multiplicaba por diez. Era un número que aunque parecía no tener valor contagiaba alegría y optimismo.
Y todavía más, cuando el cero se colocaba en la parte inferior de un quebrado aparecía el infinito, la cifra más elevada y poderosa que por fin todos habían visto.
Entonces los números pares lo comprendieron todo y se dieron cuenta de que lo importante no era ser divisibles si no que era más importante multiplicar.
Que con la participación de todos se podían hacer muchas cosas. Y que todos juntos irían hasta el infinito y todavía más allá.
Que los números impares eran muy interesantes y que existían unos números, llamados primos que no eran ni divisibles, ni tampoco tan raros, pero que eran números mágicos.
Que el cero era una cifra que te aportaba mucho sin pedir nada a cambio, contagiando siempre una alegría inmensa.
Además, como muchos de ustedes sabrán, años después se juntaron con el uno para inventar el mundo de la informática y que familiares lejanos de estos ceros formarían los aros olímpicos sinónimos de participación y esfuerzo.
Ese día todos comprendieron:
- Que en la vida nos encontramos con personas que aportan mucho más de lo que pensamos si somos capaces de conseguir que participen
- Que la normalización, la integración y la tolerancia es la base del crecimiento
- Que debemos buscar la igualdad de oportunidades con objeto de proporcionar una mayor autonomía personal y social.
- Que podemos vivir desde el amor o desde el miedo pero que el amor es la energía más poderosa que existe
- Que mientras existan personas con ganas de crecer y cambiar las cosas el mundo será un lugar mejor porque aquellos que están tan locos para pensar que pueden cambiar el mundo son los que lo hacen.
- Que la vida son momentos. Que tanto el pasado como el futuro son dos impostores que inventaron hace tiempo y el presente es el único regalo que tenemos.
- Que no somos tan distintos cuando todos tenemos ojos para ver, las mismas manos para crear, dos orejas que quieren escuchar, una boca para cantar, mil narices para oler y, también como tú, todos nuestros sueños para crecer