Como decía en el siglo pasado el genial D. Ramón Gómez de la Serna, ‘La incongruencia es el mal de este siglo’, a lo que yo apostillaría que se está alargando demasiado, tanto que es el mal común de nuestros días.
Volviendo a mi querido diccionario de la RAE -debo de ser de las pocas personas que tienen un acceso directo en su móvil y por TOC, lo consultan varias veces al día-, la incongruencia es la ‘falta total de coherencia entre varias ideas, acciones o cosas’. Y para mí, no hay cosa más incoherente en la carta de un bar o cafetería, que el sándwich vegetal.
Como algunos decís y me ‘criticáis’ por ello - siempre de muy buenas formas y maneras -, solo doy cremita de la buena a la hostelería y no le meto el dedo en el ojo a nadie en ningún momento, me he decidido a contar en estas líneas algo que ‘me inquieta, me atormenta y me perturba’ desde hace tiempo: la existencia de los clásicos y vintage sándwich vegetales.
Compuestos básicamente, salvo contados arranques de creatividad, por hojas de lechuga, tomate, cebolla, y en algunos casos espárragos y pepinillo, la cosa empieza a torcerse cuando entran en escena los ingredientes desubicados: el atún y el huevo. Bien, a veces cuando leo esto en alguna carta me gusta imaginarme en qué tipo de árbol crecen las latas de atún en escabeche o de qué mata se recolectan los huevos. ‘Jautadicas’ mías, pero que responden a ese punto de chirrío mental cuando ves que algo no te cuadra. Lo he hablado con algún que otro camarero y hostelero y la respuesta suele ser bastante
similar, encogimiento de hombros y como mucho un ‘pues siempre se ha hecho así’.
Llamadme revolvedora, pero que las cosas se hayan hecho siempre de un determinado modo, no quiere decir que sea el correcto o que su eficacia haya sido la adecuada. Lo cual me lleva a pensar en mi trabajo y las reuniones en las que ese argumento ha sido expuesto como eje principal del discurso… ‘Esto lo hemos hecho así siempre’, ‘Llevamos toda la vida haciéndolo así y nos ha ido bien, o el socorrido ‘Para lo que me queda en el convento…’, mi favorito entre todos.
La ‘resistencia al cambio’ lo llaman y siempre lo he oído de boca de hombres… nunca de mujeres. Un dato a tener en cuenta.
Así veo cómo en el sector en el que trabajo, muchos restaurantes, eventos o congresos gastronómicos, medios relacionados con la gastronomía… adolecen de una cierta pátina de naftalina que es contraproducente para el sector. Y eso también me chirría - ahí ya no os voy a decir lo que me imagino colgando de los árboles -.
Afortunadamente, y como ellos mismos dicen, les queda poco en el convento y están dejando paso a una nueva generación de personas con mente abierta, ganas de trabajar y de comerse el mundo, o en su defecto, un sándwich de verduras braseadas, que eso sí que es un sandwich vegetal sin incongruencias. Y el huevo duro, que se lo coman otros.