La primera jornada, de Torla a Estrasburgo, marcó 1.230 kilómetros en el coche de Javier Martín Hernández y de Just Antolín, servidor de la seguridad de todos con uniforme verde el primero, médico en la edad del júbilo el segundo. Ha sido el viernes. Este sábado, ya están en Cracovia, acogidos por la Cáritas Diocesana polaca. Y acumulan 2.349 kilómetros. Este domingo, en tren, parten hacia Kiev, la capital ucraniana permanentemente asediada por la invasión de las tropas de Putin. Son más de ochocientos kilómetros. Hasta la ciudad, acudirá desde Mariúpol la joven Lida, con su embarazo de riesgo en busca de esperanza, y su pequeña Sofía, su hija de doce años.
Javier Martín Hernández no puede asistir al estreno de su documental sobre Ucrania en el festival Espiello. Por su propia profesión benemérita, ha aprendido a lo largo de una carrera trufada de situaciones extremas que el deber está por encima del deseo. Un hermano de Lida, hipoacúsico, al que conoce porque se gana la vida cuidando perros en Zaragoza, le pidió ayuda, conocedor de sus dos proezas en forma de sendas expediciones, la primera al traer mujeres desde la Ucrania recién invadida que además ha dado pie a una exposición que refleja su calidad como fotógrafo, la segunda al llevar al país arruinado por las bombas 25.500 kilos de alimentos.
Es una cuestión de vida o muerte. Del bebé seguro y de la madre probable. Han sido abandonados por la sanidad ucraniana, que está para otras prioridades en tiempos de guerra. La vida que late en las entrañas de Lida corre riesgo, los apagones de luz no garantizan la fiabilidad diagnóstica. Javier Martín se lleva a Just Antolín con una buena provisión de material médico. Fuera de Ucrania, se multiplican las esperanzas. A la vuelta a Cracovia, le harán un reconocimiento. Y emprenderán el largo viaje con escalas hasta Zaragoza, donde se ratificará o desechará cualquier malformación o discapacidad.
Aquí se configurará una interpretación del pasaporte biométrico tan complicado en Ucrania, incluso por una cuestión lingüística... naturalmente siempre que no se ponga de parto por el camino, ya que el estado de buena esperanza suma casi siete meses.
Lida, que perdió su trabajo y la práctica totalidad de sus bienes por la guerra (cerró su fábrica), que tiene a su marido en el frente combatiendo, podrá agradecer, Dios mediante, a esos buenos samaritanos. A la Fundación Ucrania une Corazones (de Maxim Rudenko, profesor de la universidad de Chernivski), a la Asociación Cultural y Deportiva Bomberos de Zaragoza que les ha donado 400 euros. A Ucranianos del Bajo Cinca. Una empresa madrileña, Verticalia, también ha realizado una aportación.
Pero muy especialmente a un gran samaritano que ya donó 4.000 euros para la expedición de los 25.500 kilos ha aportado otros 1.000 euros para que la expedición no resulte tan gravosa para los bolsillos de Javier Martín y de Just Antolín. Siempre hay buenos corazones en busca de una gran causa: la sonrisa de Lida en Aragón será nuestra felicidad.