Ocho años del Obispo Ángel en Barbastro-Monzón, un milagro de multiplicación

Ángel Pérez Pueyo perpetúa e incide en su misión dentro de la diócesis martirial

22 de Febrero de 2023
Ángel Pérez Pueyo, obispo de Barbastro-Monzón

En una visión puramente materialista, quizás el milagro más llamativo de Jesucristo fue el de la multiplicación de los panes y los peces. Quizás compita el de la conversión del agua en vino en Caná, en esas seis tinajas de entre 68 y 102 litros de cabida que acabaron haciendo la delicia de los comensales en las bodas más afamadas de la historia de la humanidad. Y, sin embargo, cada tiempo tiene su afán, cada época su mérito y cada pueblo su pastor. Don Ángel Pérez Pueyo cumple hoy 8 años desde que nació a la vida de la diócesis martirial, como le gusta denominarla en justicia, la de las decenas y decenas de pueblos atendidos en un servicio imprescindible por una treintena de curas de más de 70 años de media. Se les suman otra quincena llegados de otras tierras pero el mismo mundo, que difícilmente se arraigarán como los viejos sacerdotes.

Por las virtudes que, en otro milagro terrenal, convierte en su discurso en normalidad, los muchos que le conocemos y le queremos de entre su rebaño tememos "un ascenso". Tal es su prodigiosa humildad -consiéntame, lector, el oxímoron- que don Ángel rehúsa -rechazar, en la vida episcopal, es un término prohibido por pura coherencia- la tentación de lo que para los mundanos de a pie sería una promoción. Incluso al Papa Francisco le parafraseó a San Francisco de Sales: "Con una esposa pobre me desposé, con ella me quiero morir". Por voluntad papal arribó en Barbastro-Monzón y asegura que desearía que se alinearan los designios papales con los deseos episcopales.

La figura de este ejeano crece por inercia propia. En medio de una vereda de serenidad. Curioso que, quien ha completado los años que corresponderían a dos mandatos políticos, sienta que con el paso de los calendarios sus pies se arraigan más a la tierra. Y todo en una diócesis llamada a ser de tránsito, de obispo a obispo, por las recurrentes estructuraciones diocesanas. Y, sin embargo...

Sin embargo, don Ángel es un camino en sí mismo hacia los demás. Conoce la profundidad de su misión, y sabe que, en su deber pastoral, tiene encomendada otra multiplicación: la de los seglares que acompañen en la vida de la diócesis, como verdaderos discípulos arraigados por el compromiso, a las decenas de curas que son la resistencia pacífica, el baluarte espiritual.

Por eso pesca, cada día, sobre las aguas de las relaciones con sus vecinos, sean cuales sean sus condiciones. Y se acerca a todos sin necesidad que ellos se aproximen a él (hoy, hasta los niños se resistirían, quizás intimidados, a acercarse al Señor). Y el prójimo, sorprendido, incluso puede que azorado, recibe el alimento de la fe del pastor modesto y entregado. El prelado que, sin pretenderlo, es correspondido con el amor y la admiración de todos. Que es esperado para esos ejercicios en la Semana Santa oscense, en la Iglesia de Santo Domingo donde ya se aprecian los espíritus de quienes anhelan el comienzo de la palabra. De la luz y de la verdad. De don Ángel, el de la vecina diócesis martirial. El que invade con su aura de paz los escenarios de la vida. De Barbastro, de Monzón y de las seis comarcas precisadas de certezas y de energía.

Abre, desde hoy, un tercer mandato. Justamente coincidiendo con la apertura de la Cuaresma, pasión hacia la Resurrección. Con la lección de la ceniza depositada sobre nuestras cabezas. La del permanente resurgimiento. Felicidades, obispo Ángel.

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