Planificación, organización y auge del Camino de Santiago Aragonés en sus orígenes

El paso de peregrinos contribuyó a que se convirtiera en uno de los grandes reinos cristianos

08 de Mayo de 2023
Real Monasterio de San Juan de la Peña.

Aparte del valor de las armas, del arrojo y valentía de sus hombres y la firmeza de sus gentes por creer y trabajar para lograr prosperar en una dura tierra como es Aragón, siempre hubo otras circunstancias que ayudaron, en mayor o menor medida, a consumar ese logro que fue el que un pequeño condado en sus orígenes pasara a convertirse en uno de los grandes reinos cristianos que surgieron en la península ibérica.

Una de esas circunstancias puede atribuirse, con toda firmeza y seguridad, al paso de peregrinos por las tierras de Aragón en dirección hacia Santiago de Compostela. Este hito hizo que todo pasará a ser algo más que un puro transito en la peregrinación de los miles de personas que atravesaban el territorio, convirtiéndose aquel hecho en el origen de una serie de mejoras en todos los ámbitos que ayudaron a crear lo que paso a llamarse con fuerza Reino de Aragón.

En referencia a ello, hay abundante documentación antigua que avala el Camino Aragonés como una de las principales rutas hacia Santiago de Compostela, aunque parece ser que en los orígenes de la peregrinación jacobea, los primeros peregrinos, siempre antes del año 1000, no entraban principalmente en España por Somport, sino a través del puerto de Palo, siguiendo el valle de Hecho, por la antigua calzada romana Cesaraugusta-Beneharnum, que unía la Hispania romana con las tierras de las Galias.

 ¿Qué originó el consiguiente cambio de la ruta de acceso de los numerosos peregrinos y su auge y vital importancia? No fue una decisión al azar ni la voluntad de los peregrinos de cambiar de itinerario, sino una decisión totalmente meditada y organizada en pos de un mayor beneficio, ya que los primeros monarcas aragoneses, a partir del siglo XI, en detrimento del puerto de Palo, reconstruyeron y mejoraron la red de comunicaciones de su territorio, orientándola especialmente a través del puerto de Somport, que consiguió así el protagonismo, motivado todo ello porque era a través de éste puerto y no por el del Palo, donde transitaba la ruta de comercio internacional por su situación en el Pirineo Central, por lo que darle todo el protagonismo a este paso era primordial para lograr mayores cotas de progreso, poder y riqueza.

Por lo tanto, toda la estructura no solo peregrinatoria, sino también comercial y de otra índole, que hasta el siglo X había tenido el puerto de Palo como referente de paso pirenaico, de lo que así relatan los numerosos documentos hallados en el Monasterio de Siresa, quedo relegada a un segundo plano ante la fuerza emergente del paso de Somport, aún más gracias a toda la nueva infraestructura que se creo para ello, que sumado a los beneficios otorgados a quienes transitaran o repoblaran la zona, marco históricamente todo el desarrollo del incipiente reino aragonés.

Los monarcas pronto se dieron cuenta de la importancia de las corrientes peregrinatorias.

Con este dato, ya podemos comprobar que los monarcas, nobleza e instituciones habían adquirido conocimiento suficiente de la importancia que tenían las corrientes peregrinatorias, algo de lo que podían sacar provecho si daban los pasos correctos, como así hicieron, para conseguir mayores objetivos que engrandecieran el reino gracias a la toma de nuevas tierras, por el auge de la peregrinación, la repoblación y la fuerza del comercio que traía consigo todo el proceso de migración jacobea.

Y en esto surge en nuestra historia Sancho Ramírez, rey de Aragón que aparte de ser mano fuerte en su lucha contra el Islam, tenía ideas, espíritu y decisión por hacer de Aragón algo grande, así que firme en su proyecto, viajó a Roma para someter el reino a vasallaje del Papa, una forma de lograr la protección de la Iglesia para lo que todavía era un incipiente y pequeño territorio en los valles pirenaicos rodeado de poderosos vecinos, además de legitimar la propia línea dinástica.

Una vez legitimado como rey, quedaba afianzar con fuerza el territorio, por lo que estableció la capital de Aragón en Jaca, otorgando así a esta villa la condición de ciudad en el año 1077. ¿Eran circunstanciales las decisiones del rey aragonés?¿Qué pretensiones tenia Sancho Ramírez dando los pasos que daba? Nada quedaba al azar en la planificación del monarca, y así lo demostraron los pasos que fue dando para lograr su propósito.

Durante la Edad Media en la península, tres elementos fundamentales eran necesarios para ser una ciudad de cierta importancia: que tuviera suficientes habitantes, tener un obispado y leyes. Estos tres elementos los reunió Sancho Ramírez en Jaca. ¿Qué como lo hizo? Su plan, a la vez que lógico, era sencillo, tan sólo tenía que mejorar lo que se podía mejorar, y él sabía como hacerlo, inyectando fuerza en algo que ya tenía el territorio: el Camino de Santiago.

Como es norma preceptiva, una ciudad para ser sede episcopal necesita una catedral, y se comenzó a construir la de San Pedro, de un estilo románico cuyo modelo sería la dirección a seguir en todo el románico español y en parte de Francia. Todos que pasaran por Jaca quedarían prendados de su majestuosidad y belleza. Punto primero conseguido.

¿Habíamos dicho que necesitábamos leyes? Pues Sancho Ramírez concede lo que históricamente fue llamado el Fuero de Jaca, una serie de disposiciones que garantizaban libertades, derechos y privilegios hasta entonces nunca vistos, ya que aparte de eliminar ciertas cargas e impuestos, se otorgaba a los habitantes libertad de comercio, les libraba de la sumisión señorial y otras ventajas muy atrayentes en aquellos tiempos, algo novedoso que atraería burgueses y comerciantes que desarrollarían la necesaria economía mercantil e industrial en la nueva ciudad. Todas estas nuevas disposiciones y privilegios, algo casi revolucionario para la época, lejos de ser mal visto por otros reyes y nobles por su posible influencia en sus distintos territorios, pasaron a ser copiadas y adaptadas por estos, al comprobar las ventajas que se conseguían gracias a ello y los logros en el dinamismo social, comercial y económico.

¿Y cual era el tercer requisito que debía tener una ciudad? Si, población, cuanto más mejor, habitantes que llegarían atraídos por todas las ventajas que se les concedería si se quedaban estables en la ciudad, en el territorio marcado o donde las disposiciones de los nuevos fueros así dispusieran para lograr un mayor enriquecimiento general.

En este momento, el rey aragonés comprueba con satisfacción que ya están abiertos los canales que permitirán esa gran afluencia humana a través de Aragón. Tiene un buen punto de entrada al reino por el paso de Somport, y dispone de una ciudad en crecimiento que atrae a gente de todo tipo aparte de los peregrinos, clave para las necesidades repobladoras hispánicas. A partir de este inicial núcleo neurálgico del Camino Jacobeo, acogiendo a peregrinos, mercaderes, artesanos y otras gentes, favorecieron su crecimiento demográfico y económico. Y lógicamente, viendo el buen resultado en Jaca, esos mismos privilegios y concesiones se difundieron y extendieron a otros puntos de Aragón a lo largo del Camino de Santiago, contribuyendo positivamente en la repoblación y crecimiento socioeconómico, así como al fortalecimiento y afianzamiento de la casa real. El monarca aragonés lo estaba consiguiendo, había puesto las bases de lo que se convertiría en un reino fuerte, dinámico y culturalmente activo.

"El Camino contribuyó a la repoblación y crecimiento socioeconómico de Aragón"

Para mayor relevancia e impulso, todo ello tendente a fomentar los flujos migratorios, el reino de Aragón en si, ya que todo es una obra continua tanto de Sancho Ramírez como de los sucesivos reyes aragoneses, se decide dotar al Camino Jacobeo de una vital infraestructura que lo haga viable y todavía más atractivo, a través de puentes, hospederías, mejoras en la calzada, hospitales, iglesias, algo que a la vez también potenció y extendió el arte románico por toda la geografía, arte que a día de hoy todavía podemos contemplar. Y así, siguiendo el curso del río Aragón se crearon núcleos de población e infraestructuras que facilitaban tanto el viaje como el auxilio y la atención a los peregrinos, a la vez que por supuesto había en ello otro interés consistente, aparte de fomentar la repoblación, en la circulación de mercancías a través de la implantación de una vía segura que conectase mercados y localidades de la península ibérica con los del resto de países del continente europeo.

De esta forma fue como poblaciones en las que podemos citar entre otras a Canfranc, Castiello, Jaca, Berdún, Artieda, Ruesta, Tiermas y Undués de Lerda prosperaron gracias a la corriente de peregrinos y demás gente que pasaban por sus tierras, motivando ese crecimiento económico.

Pero lógicamente, los seres humanos estamos necesitados a veces de otros estímulos que nos hagan optar por conceder nuestra preferencia sobre algo que se nos ofrece, y Aragón optó que continuara aquel flujo humano por su territorio ofreciendo lo mejor que podía ofertarse en aquellos tiempos: sanación, bienestar y curación del cuerpo y del alma.

Para la sanación del cuerpo, se levantó nada más cruzar el puerto, el Monasterio y Hospital de Santa Cristina de Somport, que garantizaba asistencia a los peregrinos y viajeros, todo un seguro y oportuno refugio bien ubicado, pues en su calidad de camino más transitado de todos los Pirineos centrales, practicable incluso en invierno,  su fama se extendió por toda Europa, ya que era un fiable “seguro de asistencia” nada más pisar tierras aragonesas, puesto que cuando cansados y hambrientos, los peregrinos alcanzaban el Hospital de Santa Cristina, se les acogía gratuitamente por el tiempo máximo de tres días, teniendo oportunidad de descansar del largo y penoso viaje, en edificio reservado para ellos, y se les ofrecía abundante comida que consistía en almuerzo, comida y cena. Si llegaban enfermos o heridos, se les cuidaba hasta su recuperación. Si finalmente morían, se les enterraba en el pequeño cementerio adosado a la capilla. Una vez reconfortados corporal y espiritualmente, los peregrinos ya abandonaban Santa Cristina rumbo a Compostela o de vuelta a sus lejanos hogares.

Por todo ello y tan dedicada atención, dicho lugar estaba considerado por el Codex Calixtinus como: “Tres son particularmente las columnas, de extraordinaria utilidad, que el Señor estableció en este mundo para sostenimiento de sus pobres, a saber, el hospital de Jerusalén, el hospital de Mont-Joux y el hospital de Santa Cristina, en el Somport, estando situados estos hospitales en puntos de verdadera necesidad; se trata de lugares santos, templos de Dios, lugar de recuperación para los bienaventurados peregrinos, descanso para los necesitados, alivio para los enfermos, salvación de los muertos y auxilio para los vivos.”

¿Y para el alma, que podía ofrecerse como reclamo para el regocijo y quizás sanación del alma?  Lógicamente, aparte de toda la sucesión de continuas iglesias y ermitas que poblaban la ruta y de la imponente catedral de San Pedro en Jaca, ahí estaba como un inigualable reclamo el Monasterio de San Juan de la Peña, que atraía a muchos peregrinos tanto por su historia y leyendas como por sus reliquias, entre las que se incluía el Santo Cáliz, que permaneció en el lugar hasta el siglo XIV, las reliquias de San Indalecio y las de otros santos, que constituían un autentico reclamo para la “espiritualidad” del alma, por lo que eran mayoría los peregrinos que lógicamente no querían pasar de largo sin acercarse a venerar y contemplar esta reliquia entre las reliquias, siempre relacionada de modo más o menos ajustado con la mística del Camino.

Solo con este vital reclamo de San Juan de la Peña, el tiempo de estancia de los peregrinos y visitantes se alargaba mínimo un día más, lo que incrementaba los ingresos, aparte de la consiguiente fama que luego el boca a boca otorgaba al lugar en todo el continente europeo, consiguiéndose con ello un continuo efecto llamada.

Sensación de seguridad, garantía de buena acogida, reliquias como el Santo Cáliz, San Indalecio… ¿Qué más podía pedirse? Seguramente nada más, puesto que todos los atractivos ofrecidos, favoreció que los peregrinos decidieran aventurarse por los ásperos pero salvaguardados caminos de Aragón, conformando una de las dos entradas principales a tierras hispanas. 

La otra vía principal de entrada, ya había sido establecida años atrás por el rey Sancho el Mayor, de Navarra, que había fomentado el paso pirenaico a través de Roncesvalles y buscado un punto de enlace con el Camino Aragonés,  ya que en concreto, mientras en Somport convergía la Vía Tolosana, que tenia a Arles y Toulouse como referentes, en Roncesvalles confluían las Vías Podiensis, la Lemovicensis y la Turonensis, se dispuso reunir las cuatro rutas un mismo punto de unión, que era la localidad de Puente La Reina, a partir de donde los peregrinos transitarían ya por un único y concurrido trazado hasta Compostela, el Camino Francés.

Pero volvamos a las consecuencias que tuvo ese nacimiento de privilegios y nuevas leyes que buscaban un resultado repoblador merced al paso de peregrinos y otras gentes itinerantes que buscaban un futuro más alentador. El texto del Fuero de Jaca se difunde por todos los Pirineos y, especialmente, por Navarra, ya que Sancho Ramírez fue también rey de Pamplona entre 1076–1094, por lo que los mismos derechos, disposiciones y privilegios se le conceden a Estella y otras poblaciones, llegando posteriormente a San Sebastián.

Incluso es un hecho constatable que las gentes de Castilla y León, Navarra y otras tierras, incluso de fuera de la península, acudían a Jaca para estudiar sus fueros y después introducirlos, con modificaciones, en sus respectivas tierras. Además, con la expansión del Fuero se crea cierta uniformidad territorial del reino de Aragón, pero también, gracias a su implantación con sus pertinentes cambios, adaptaciones e incluso mejoras de las leyes y privilegios, de las diversas zonas cristianas de la península.

Si, cada reino peninsular adoptó en forma y lugar acorde a cada territorio, las ventajas que se ofrecían a quienes decidieran repoblar y trabajar, y así, es en este contexto donde se aprecia un acentuado dinamismo urbano y rural en la zona comprendida desde el Pirineo aragonés hasta Compostela, atravesando Navarra y la parte más septentrional de la meseta. Por tanto, a esta situación, no resulta ajeno el efecto/causa de la peregrinación compostelana, donde la expansión de los reinos cristianos peninsulares resultó patente, ya que la repoblación de los territorios supuso un oportuno y trascendental instrumento encaminado a afianzar las nuevas posesiones ganadas a los musulmanes, donde el vocablo “repoblar” suponía un reforzamiento humano que no había que desdeñar.

Claro está que todo este nuevo proceso regenerativo en la península ibérica, tiene su base, aparte de en el origen, descubrimiento y difusión global del hallazgo de la tumba del apóstol Santiago, un gran hito para la cristiandad en tiempos difíciles, en el gran auge que conocieron las peregri­naciones a Compostela debido a la con­fluencia de diversos factores. El crecimiento demográfico y económico en toda Europa, acompañado de un profundo fervor religioso que incitaba a las peregrinaciones a lugares “santos”, se combinó con razones de carácter político. Había crecido la población, mejoraron las cosechas y aumentó el volumen de los intercambios comerciales. El territorio europeo en sí desbordó sus propios límites para salir a la búsqueda de nuevas tierras, de nuevos productos para el comercio y también de monedas y metales precisos, por lo que el trato y comercio con los reinos hispano-cristianos ya fuertemente consolidados en la península se intensificaron de forma más que extraordinaria.

No ajenos a todo lo que sucedía al otro lado de los pirineos, los incipientes reinos cristianos hispánicos fomentaron las peregrinaciones para consolidar su presencia en el norte de la península, consiguiéndose que el movimiento peregrinatorio terminara convirtiéndose en un fenómeno universal y crucial para la construcción de la consciencia colectiva de Occidente, llegando a tener un efecto unificador a lo largo del territorio europeo al coadyuvar en la recomposición y vertebración de su espacio político.

Durante los siglos de esplendor, los peregrinos propiciaron, con su ir y ve­nir, a la circulación de noticias, ideas, modas y costumbres de los pueblos que formaban Europa, y contribuyeron también a los intercambios artísticos gracias a esa arteria no solo religiosa, sino también social y comercial que eran las rutas jacobeas.

En cualquier caso, no cabe la menor duda de que el Camino de Santiago y las peregrinaciones a Santiago constituyeron uno de los fenómenos más amplios y complejos de nuestra Edad Media, ya que desde Somport, Roncesvalles y otros pasos hasta Santiago, peregrinos, clérigos, caballeros, burgueses, artesanos, comerciantes y otras personas de toda índole y condición, recorrían sus caminos y, a veces, decidieron quedarse a vivir en sus pueblos por los incentivos que se prometían, acogiéndose a la protección de monarcas y fueros especiales, y también animados por las posibilidades de enriquecimiento que la España del siglo XI y siguientes ofrecía.

Ahora, quizás tras la lectura de este articulo, quizás sería como un juego el imaginar que nunca se descubrieron los restos del apóstol Santiago y que nunca existió el Camino de Santiago, ante lo cual nos quedaría una pregunta que daría lugar a diversas teorías, ¿cómo hubiera resultado la evolución en Aragón y otros territorios peninsulares sin la existencia de las rutas jacobeas…? Eso, como suele decirse, es ya otra historia.

 

 

 

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