Necesitaba indagar. Siento el retraso. Mi amiga Elena Piquero, a su vez allegada a la familia, me comunicaba la mañana del domingo la triste noticia: ha fallecido Rafael Jiménez Martínez. Me sorprendió. Le había visto no mucho ha en los Porches de Galicia, algo mayor para lo que le recordaba de hace siete lustros, pero con la misma sonrisa de paz que era su carnet de identidad. Me pregunté cuántos años tendría. Ayer lo supe: 80. Y ayer y aquel día me parecieron demasiado pocos para tanto que había sembrado, trillado y cosechado en el campo de la educación. Y de los derechos. Y de las libertades. Y de la vida. No podía escribir algo a vuela pluma. De Rafael, no. Me traicionaría a mí mismo y, sobre todo, le fallaría a él, que dedicó veinte años a predicar su museo hasta que el 30 de junio de 2006, fue inaugurado por Eva Almunia, consejera de Educación, y Fernando Elboj, alcalde. No están concebidos los obituarios para unas prisas, sino para un homenaje. Tarde lo que se tarde. Aunque repose ya en paz allí donde su círculo familiar lo ha determinado, después de recibir el adiós en la Iglesia de Santo Domingo y San Martín.
Con Rafael coincidí, y mucho, apenas un año después de mi llegada a la ciudad. Era enero de 1987 cuando se presentaba en sociedad a través de nuestro diario como nuevo director de un joven organismo, el Centro de Profesores (CEP). No venía para estar. Seis días después de aquella publicación, congregaba a setenta profesores en el Aula Magna del Colegio Universitario. Había que echar a andar. Absorbía la publicación de Sendas, la revista del CEP, y llegaba a acuerdo para dotar de contenidos el escolar de Diario del Altoaragón, denominado Mainada. Lo presentó con Cristina Montaner y Artemio Echeverríbar. Repito. No venía para estar. Ese mismo septiembre, visionario él, programaba una presentación del proyecto Atenea, sobre procesadores de texto y base de datos. Nos sonaba a chino, o a chaladura, ¿por qué no reconocerlo? Luego era la V Muestra Nacional de Experiencias en las Aulas con los CEP de Aragón, Navarra y La Rioja.
Rafael, que como hombre comprometido fue delegado de la Unión Sindical Obrera (USO), avanzaba a un ritmo que no se permitía el sistema educativo, cuya reforma debatió hasta la extenuación en distintos foros. Sus apuestas eran pioneras. Pronto creó unos talleres de Educación Artística en Preescolar. Y en 1989 unos Encuentros de Informática. No se conocían, pero por esos tiempos Tim Berners-Lee descubría el hipervínculo de texto, la famosa "world wide web". Era en esos días, los mismos en los que quince docentes publicaban sus poesías y las recitaban. Eran de los CEP de Huesca, Monzón y Graus. Él era uno de los juglares. No había límites para su planificación y para su imaginación. Asomaba al profesorado al uso de los ordenadores y a las nuevas metodologías para los niveles de Infantil.
Y, mientras, desde esos tardíos ochenta, iba ahormando la idea de un museo pedagógico. Cuando, en junio de 1991, fue reelegido, ya tenía 1.500 libros. El 16 de junio anunciaba su intención museística. Pero no detenía su camino. Rafael Jiménez nos enseñó sobre la "América en la escuela de antes", una exposición con materiales sobre la percepción del Descubrimiento antaño (cuando se veía como una aventura o gesta), en la oprobiosa (en sentido trascendente del papel de España en el mundo y en rol de evangelización) y hogaño, en la Expo de Sevilla de 1992, entre el escepticismo, la crítica y las alabanzas por el papel de nuestro país en el nuevo continente. A finales del año de los fastos, fue "desahuciado" de la Residencia de Niños y enviado al viejo Sancho Ramírez. El disgusto le costó los segundos en los que se puso a trabajar para reestructurar esa planta superior para seguir acogiendo las actividades del profesorado. Acuñó el término de "coeducar" para responsabilidad de maestros, de padres y de toda la sociedad. De la muestra "100 años de enseñanza en Aragón" en la sala de la Corona del Pignatelli, buena parte de las piezas eran del CEP oscense. Rafael había rescatado de las viejas escuelas, en parte de la mano de la sensibilidad del inspector Ricardo Gutiérrez (una enciclopedia de los pupitres de todas las épocas), pupitres, libros, pinturas, lápices, pizarras, reglas, cartabones, escuadras y cartapacios, entre muchos otros objetos.
Su modelo era admirado. Participó en Aula 96 en Ifema y una expedición de Vic admiró sus logros. Chulio Brioso y Mairal resaltaba que el museo pedagógico ya había sido "hábil y tesoneramente organizado" por Rafael Jiménez en los pasillos del CEP. No detenía su camino Rafael. El I Seminario sobre Innovación en la Educación fue un prodigio asombroso. Comparecía en 1997 con Labordeta en un alegato por una educación moderna. Era un icono reconocible, él que lucía esa modestia elegante de los grandes hombres. Propició el I Foro Iberoamericano del Museísmo Pedagógico. Y sin un museo propio. Un milagro, vamos.
La reivindicación había trascendido las legislaturas. Primero a Enrique Sánchez Carrasco. Luego a Luis Acín, y a Isabel Leguina, y a José Luis Rubió. Y a Fernando Elboj. Siempre buenas palabras, todos convencidos del valor de la apuesta. Hasta que el ayuntamiento determinó habilitar el antiguo mercado de abastos para la gran obra. Y el 30 de junio abrió sus puertas el Museo Pedagógico de Aragón. Una maravilla. Y Rafael Jiménez se elevó a los altares de la consideración cívica. Con toda la justicia. Y él apenas hacía algo más, ante el elogio universal, que sonreír. Es como Miguel Ángel Buonarroti cuando terminó la Capilla Sixtina y la preguntaron qué le parecía el resultado: Dios dirá. No se inmutó incluso cuando se editó "El libro en la escuela" en 2010, en el que él era el héroe. Vocación de servicio. El valor de rescatar el pasado para disfrutar el presente y proyectarlo al porvenir.
Rafael Jiménez Martínez, director honorífico del Museo cuyo primer director fue Víctor Juan, era no sólo hombre de bien, sino de reflexión, estudio y acción. Hace un año, publicó con Editorial Pirineo "Del Carlismo al Republicanismo (Octubre 1833- Octubre 1934)". Novela histórica de una centuria que ha definido el carácter de los españoles. Una maravilla.
Probablemente, para quienes le conocimos en su serenidad imperturbable que no empece para la contundencia de sus principios, su existencia se ha hecho corta. Tenía mucho que aportar este imprescindible de Huesca del que pueden presumir su mujer, Amelia, sus hijos Pilar, Amelia, Rafa y Javi, y sus nietos. Y sus amigos. Pero, fundamentalmente, la Huesca a la que ha servido sin desmayo y el Aragón al que ha dado el mejor Museo, el que recuerda que las personalidades de generaciones de jóvenes se han forjado a fuego lento entre libros, cuadernos y lapiceros. El lápiz que, desde ya, escribe el epitafio de que en esta ciudad yace y respira quien tanto la quiso y quien tanto trabajó por ella. En la segunda fila de la discreción elegante, que es donde se edifican las grandes obras. El boli "bic" con el que seguro que el alcalde firma el decreto, consultados los portavoces porque su estela es patrimonio común, para dedicarle una calle. Cuestión de justicia, sin más. Descansa en paz, querido Rafael.