Después de nuestra inquietante experiencia en el parque de Nyonza con Paco, regresamos a Kigali, sin tener serios impedimentos. Durante el camino fuimos hablando del miedo inconfesable que habíamos pasado la noche anterior cuando los militares llegaron al parque para asaltarnos, aunque ahora nos riésemos de eso. Lo primero que hicimos al llegar a la ciudad fue parar en una tienda para comprar cervezas.
Antes de comer, cuando las cervezas estuvieron frescas nos abrimos dos y entre risas brindamos con ellas. La mujer de Paco nos vio muy alegres y sonrientes, sin comprender bien a qué venía aquella alegría. Después de comer Paco y yo organizamos nuestras cosas, descansamos un rato y pasamos por el baño.
Sobre las cinco la mujer de Paco esperaba una visita que debía ser importante, pues entre ella y la empleada doméstica que tenían se dieron bastante trabajo en recoger la casa dejando todo ordenado y cuidando hasta el último detalle. Estaba previsto que llegaran tres personas y se quedaran a cenar. Lo que me sorprendió fue ver que Paco se había vestido de forma elegante. Me miré a mí mismo, con una camisa arrugada y un pantalón vaquero viejo y desgastado. Empecé a sentirme incómodo. Le dije a Paco que me iba a la ciudad y no se preocuparan por mí, cenaría allí. Paco me agarró de un brazo y me dijo mirándome a la cara: si quieres ir a Kigali, ve, pero cenar cenas aquí con nosotros. No admitió ninguna excusa. Lo cierto es que el miedo y la aventura completa que habíamos pasado juntos en el parque de Nyonza nos había unido más creando una verdadera amistad.
Fui a la ciudad, mi principal objetivo era saber si mis amigas Julie y Karen habían llegado a Ruanda y habían leído la carta que les había dejado en la Poste Restante de correos. En la Poste Restante el empleado de correos me entregó el cajón con las cartas y enseguida descubrí que mi carta no estaba allí, cosa que me provocó una súbita emoción, habían cogido mi carta. Empecé a buscar en mi apellido y allí estaba la carta que habían dejado para mí. Aun antes de leerla la felicidad fue completa, ante mis ojos se abría la deseada perspectiva de volvernos a encontrar.
Aun antes de leerla la felicidad fue completa, ante mis ojos se abría la deseada perspectiva de volvernos a encontrar
Leí la carta allí mismo en la oficina de correos, me contaban que habían llegado con retraso porque en Tanzania habían tenido una avería en el Land Rover y tuvieron que remolcarlo hasta Bukoba para repararla, haciéndoles perder casi tres días. Luego decían que tras permanecer dos días en Kigali se iban a Kibuye para esperarme allí cuando regresara de mi viaje, anotándome el hotel en el que pensaban quedarse.
Cuando regresé a casa de Paco me sorprendió ver que él no se encontraba reunido con los tres visitantes y su mujer en el salón la casa, sino en un lugar aparte. Mi amigo, bajando la voz, me explicó que los visitantes eran tres altos cargos de Naciones Unidas y estaban hablando de trabajo y política, añadiendo que eso era cosa de ellos y que él no quería estar en medio. Nos acercamos sólo para presentarme como un amigo que había llegado de España, y a continuación nos salimos a la terraza para dejarlos que siguieran conversando.
Uno de ellos era el director de Naciones Unidas en Ruanda, la mujer de Paco también ocupaba un cargo importante de Naciones Unidas. Más tarde me enteraría de que el origen de esas conversaciones era planificar cómo podían establecer un acuerdo de paz entre el gobierno y los rebeldes del Frente Patriótico Ruandés, que consiguieron posteriormente reuniendo en Arusha, Tanzania, al presidente del país y al lider de los rebeldes, Paul Kagame, para firmar en distintas etapas varios acuerdos de paz, hasta que en uno de ellos, al regreso de Arusha del presidente, cuando su avión iba a aterrizar en Kigali lanzaron un misil al avión derribándolo y matando a sus ocupantes. Rápidamente el gobierno y los militares atribuyeron el atentado a los rebeldes, desatándose de inmediato el genocidio que terminó con casi un millón de muertos, cuando en realidad el atentado fue planificado por el propio gobierno y ejecutado por sus militares.
Nos sentamos a cenar a las seis y media, todo indicaba que iba a ser una cena de etiqueta, los comensales eran hombres europeos sobre los cincuenta años y con importantes cargos dentro de Naciones Unidas, los tres trajeados. Incluso la sirvienta se había acicalado y vestido de forma intachable para la ocasión.
El único que desentonaba era yo, eso me hizo sentir un poco cohibido al principio, pero los propios invitados se encargaron de quitarle etiqueta al ceremonial de la cena con su buen humor, ellos comprendían que yo era un viajero en tránsito por África y no sólo disculpaban mi apariencia sino que les resultaba un contraste novedoso despertando su curiosidad, lo demostraba su interés al preguntarme por diferentes aspectos de mi viaje. Incluso se mostraron interesados en conocer la opinión de un viajero corriente sobre los conflictos interétnicos africanos observados en su tránsito, como era el caso de Ruanda.
Yo también les pregunté sobre la guerra en Ruanda, si se encontraría alguna solución para terminar con el conflicto. Su opinión era que la paz la traería únicamente la presión internacional, pero no la europea, sino de los países del entorno de Ruanda, y de forma confidencial me confesaron que en eso iban a centrar ellos sus esfuerzos, en terciar para reunir a las fuerzas contendientes ruandesas y sentarlas conjuntamente con otros presidentes de la región para negociar entre todos una paz justa.
La paz la traería únicamente la presión internacional, pero no la europea
Más tarde Paco me comentó que uno de ellos era el jefe de su mujer, es decir, el jefe de Naciones Unidas en Ruanda, y los otros dos delegados de Naciones Unidas para la región y altos cargos responsables para mediar en el conflicto ruandés. Lamentablemente, después de sus esfuerzos para conseguir finalmente el acuerdo de paz entre las dos partes en guerra, el atentado del presidente en su regreso a Kigali después de firmar los acuerdos de paz, con quien también viajaba el presidente de Burundi, desbarató la victoria conseguida.
Antes de marcharse los invitados, el jefe de Naciones Unidas en Ruanda me dio su tarjeta personal diciéndome que si tenía algún problema en mi viaje allí lo llamara. Se lo agradecí, en la situación que se vivía en el país cualquier contacto importante podía servir de ayuda.
El autobús a Kibuye salía a las siete de la mañana, por la noche ya dejé todo preparado y organizado, la ropa sucia se quedó en casa de Paco, la sirvienta se encargaría de lavarla para mí, y con ella algunos efectos personales que no me eran necesarios, dejando allí también la mayor parte de dinero, más seguro con Paco que llevándolo conmigo, quien me prestó francos ruandeses para viajar ya que a mí me quedaba poco dinero local.
A las seis y media de la mañana Paco me llevó a “gare routiere” para tomar el autobús. Allí nos despedimos, no podía decirle cuánto tardaría en regresar, pero sí podíamos ir a ver los gorilas seguramente pasada la Navidad. Paco me aconsejó que tuviera mucho cuidado, especialmente si intentaba ir a Ruhengueri para ver s los gorilas, en Kigali no había información sobre la situación en que se encontraba la zona, pero se sabía que allí se libraba la guerra más dura con combates directos entre las dos partes. Por último me dijo que si tenía algún problema no dudara en llamarlo.
Paco me aconsejó que tuviera mucho cuidado, especialmente si intentaba ir a Ruhengueri para ver s los gorilas
El viaje a Kibuye fue lento y penoso, la carretera discurría dentro de un paisaje permanentemente verde, flanqueada por bosques y cultivos, abrigada por los relieves del terreno ondulado que formaban las interminables colinas, asomando detrás montañas de selva húmeda y lagos opalinos incrustados entre los montes.
La lentitud del viaje obedecía al penoso estado de las carreteras y a las frecuentes paradas para dejar o recoger gente, pero también a los registros en los puestos de control de los militares, quienes se subían al autobús armas en ristre para pedirnos documentación, y aún peor si subían al techo a inspeccionar bultos y equipajes. No recuerdo habernos tropezado con vehículos en el camino, si nos encontramos mucha gente andando, gente con animales de carga, rebaños de vacas, cabras alpinistas sosteniéndose en riscos inaccesibles, hasta que por fin, después de un millón de curvas y siete horas de viaje llegamos a Kibuye.
El autobús nos dejó a la entrada de una plaza del centro, pues allí había un mercado, un hotel, un par de restaurantes, la iglesia, un dispensario y algunas pequeñas tiendas de comestibles. El hotel Saint Jean, que era donde estaban mis amigas, se encontraba a más de un kilómetro de allí subiendo la carretera. Por suerte iba ligero de peso, pues el ascenso era bastante empinado, pero la visión que tuve al llegar recompensó por completo mi esfuerzo: por un lado el hotel era un bello caserón de piedra natural al estilo de un antiguo caserón belga, luego la espléndida vista que se apreciaba desde allí del lago Kivu y las montañas a su alrededor, y especialmente el Land Rover de Julie, aparcado en la explanada frente al hotel.
Mis amigas no se encontraban allí en ese momento, por lo que después de tomar una habitación esperé su llegada hablando con la dueña del hotel, una amable señora belga soltera de unos sesenta años. Durante nuestra conversación hubo un momento en el que de repente oí gritar mi nombre desde la entrada, giré la cabeza y el latido de mi corazón sonó como una campana en mi interior, Julie y Kaen acaban de llegar y al verme echaron a correr hacia mí.
Julie y yo nos fundimos en un abrazo que expresaba muy bien la naturaleza de nuestros sentimientos
Había imaginado ese momento desde que llegué a Ruanda, pero jamás hubiera podido calcular lo hermoso que llegó a ser. Julie y yo nos fundimos en un abrazo que expresaba muy bien la naturaleza de nuestros sentimientos, luego nos abrazamos también con Karen ante la sorprendida mirada de la dueña del hotel. Salimos fuera y nos sentamos sobre la hierba contemplando la maravillosa vista de las montañas con el lago a sus pies, deseando ponernos al corriente de lo sucedido en los últimos días desde nuestra separación en Kabale, Uganda.
Después de hablar durante un buen rato decidimos bajar al lago a bañarnos, ellas ya habían estado el día anterior y me aseguraron que no había cocodrilos o hipopótamos, por lo que se podía nadar sin problema, aunque la guía desaconsejaba bañarse por el riesgo de contraer bilarzia. Después de una hora en el lago, Julie y yo acordamos regresar al hotel, Karen por su parte dijo que iba a ir nadando hasta un islote en mitad del lago, a algo más de un kilómetro, era nadadora profesional en Estados Unidos y eso debía ser pan comido para ella. Interiormente se lo agradecí, eso me daría más tiempo para estar a solas con Julie.
Empezaba a oscurecer y Karen no regresaba, estaba tardando demasiado y eso nos preocupaba, no era lógico permanecer tanto tiempo en el lago. Decidimos ir en su busca. Justo cuando íbamos a salir del hotel llegó ella, empezamos a reprocharle que hubiera tardado tanto en volver cuando de repente nos dimos cuenta de algo extraño: estaba en bikini. Julie le preguntó si había vuelto del lago así. Entonces Karen nos contó lo ocurrido. Se fue nadando hasta el islote, allí daba el sol y se estaba bien, por lo que estuvo un tiempo descansando antes de regresar. Luego, cuando llegó a la orilla, su ropa había desaparecido, alguien la había robado, incluidas sus zapatillas, por lo que no le quedó otro remedio que volver al hotel en bikini y descalza. Le daba vergüenza andar así delante de la gente al atravesar Kibuye, por lo que cuando podía daba un rodeo para evitar encontrarse con hombres.
Durante los dos días que permanecimos en Kibuye nos planteamos las posibilidades de llegar al Parque de los Volcanes para ver los gorilas, no teníamos fuentes de información seguras, sólo especulaciones. El hecho de ir a Ruhengueri, la puerta de entrada al parque, ya era bastante arriesgado, la guerra allí era más intensa y parecía probable que lo encontráramos cerrado en el supuesto de que pudiéramos llegar hasta allí. Yo era partidario de abandonar la idea. Julie, que no conocía el miedo, era partidaria de intentarlo, admitía que podía haber peligro, pero justificaba su temeridad diciendo que aún no habían matado a ningún blanco, cosa que sí ocurrió durante el genocidio, cuando asesinaron a nueve cooperantes españoles, tres de ellos justo después de terminada la guerra, cuando militares entraron en el dispensario de Médicos del Mundo de Gatonde, pequeña población cercana a Ruhengeri, y mataron a tiros a un médico, una enfermera y un fotógrafo españoles.
La teoría de Julie era que mientras fuera posible circular por las carreteras era síntoma de que la cosa no estaba tan mal, aunque lo cierto es que la región del norte era territorio de los rebeldes de Frente Patriótico Ruandés. Julie estaba dispuesta a llegar hasta Ruhengeri y Karen a seguirla hasta allí, aunque antes estaba la ciudad de Gisenyi, la más grande del norte y todavía bajo control del gobierno, donde se podría obtener información más fiable sobre la situación, aunque yo ya había oído que el gobierno había abandonado el Parque de los Volcanes y su ejército se había replegado más al sur, sin que existieran los guías oficiales para ascender a las montañas y de esta forma poder ver los gorilas, cosa altamente improbable de conseguir uno por su cuenta. Pese a todo Julie insistía en intentarlo.
La teoría de Julie era que mientras fuera posible circular por las carreteras era síntoma de que la cosa no estaba tan mal
No logré convencerlas para que renunciaran a su arriesgada aventura. Sin embargo, yo decidí quedarme en Kibuye. A las siete de la mañana partían en su Land Rover, nos despedimos a la espera de volvernos a encontrar allí mismo unos tres o cuatro días más tarde. Pedía el desayuno, pero cuando lo tuve delante no me apetecía comer, el peligro al que iban a estar expuestas mis amigas no me era indiferente y eso no me dejaba estar tranquilo. Regresé a la habitación con la cabeza llena de interrogantes, uno de los que no paraba de repetirme era si había hecho bien dejándolas ir solas, ellas no hablaban francés y eso les dificultaría más aún su propósito, podían equivocarse, no entender la información, ser engañadas…. Sabía que podían desenvolverse perfectamente por su cuenta. Aun así empecé a angustiarme pensando que les pudiera ocurrir algo.
No podía quedarme allí esperando, bajé rápido a la recepción y le pregunté a la dueña a qué hora salía el autobús para Giseny. Me dijo que había uno a las siete de la mañana, aunque la hora no era precisa, salía cuando se llenaba. No lo pensé más, pagué la habitación y subí a recoger mis cosas. A falta de diez minutos para las ocho abandoné el hotel todo lo deprisa que pude, tenía más de un kilómetro hasta la parada del autobús. Al menos el camino era cuesta abajo.
Hubo suerte, el autobús aún permanecía allí en espera de los últimos pasajeros, salimos a las ocho y cuarto. El viaje, como era de esperar, transcurrió desesperadamente lento, por un lado las penosas condiciones de la carretera, por otro las constantes interrupciones para dejar o recoger gente, y por último los controles militares, quienes repetían cada vez el desesperante proceso de revisión de documentaciones y bultos.
Finalmente llegué a Gisenyi, a orillas también del lago Kivu y considerada como ciudad vacacional para los ruandeses y expatriados europeos, allí tenían sus chalets donde iban a pasar sus fines de semana o vacaciones, los hoteles, restaurantes, clubs nocturnos y otras actividades turísticas de las ciudades de playa. Con la guerra, el panorama actual había cambiado drásticamente, ahora Gisenyi era un lugar corriente y con escasa vida, los chalets cerrados desde hacía meses y tanto los hoteles como los restaurantes, vacíos. El encanto que debía tener la ciudad se había esfumado, ahora amenazada con los constantes rumores de ser atacada por el F.P.R.
El encanto que debía tener la ciudad se había esfumado, ahora amenazada con los constantes rumores de ser atacada por el F.P.R.
Imaginaba que mis amigas ya debían estar allí, no sabía dónde buscarlas, así que empecé a recorrer la ciudad y distintos hoteles con la esperanza de ver su Land Rover. No vi ni rastro de ellas. Si su Land Rover no estaba allí significaba que ellas tampoco se encontraban en la ciudad, en ese momento tuve la certeza de que en lugar de quedarse en Gisenyi habían seguido viaje hasta Ruhengeri.
Necesitaba saber si se podía circular sin problema por la carretera y entré en el hotel Regina, antes que para tomar una habitación, para saber si era posible ir a Ruhengeri. El hombre al que le pregunté me miró extrañado limitándose a negar. No me dio explicaciones sobre las razones por las que no se podía ir, de manera que le pregunté si había autobús, volviendo a negar, aunque esta vez agregó dos comentarios: la línea se había suprimido, la carretera era peligrosa. Cuando le pregunté por qué, simplemente dijo que allí estaban los rebeldes y la carretera no estaba protegida por el ejército.
Cuando salí del hotel la inquietud me desbordaba, fuera de Gisenyi era zona controlada por los rebeldes del FPR y no existía ninguna seguridad aventurándose uno por esa carretera. Temí que Julie y Karen habían continuado hasta Ruhengeri sin preguntar, algo raro, hubiera sido una insensatez no parar a informarse, o quizá preguntaron y no entendieron la respuesta, aunque ellas no eran unas ingenuas para saber interpretar cualquier signo de peligro. Conociendo el arrojo de Julie no era descabellado pensar que había asumido el riesgo de ir a ver los gorilas intentando ir directamente hasta el parking de los volcanes Visoke o Sabinyo, desde donde podían ir en busca de los gorilas y estar de vuelta en cinco o seis horas. Sin duda era una locura, pero el valor de Julie estaba hecho a prueba de locuras.
Andaba distraídamente ocupado en mis pensamientos cuando vi a mi izquierda el edificio de Naciones Unidas. Miré a la entrada, había una verja de hierro que parecía estar cerrada, pero en su interior había un coche todoterreno blanco con las grandes letras azules U.N. Me acerqué a la puerta, allí me informarían con exactitud de cómo estaban las cosas. Llamé al timbre y un hombre ruandés vino a preguntarme a través de la reja qué deseaba. Le dije que quería ver al director. Me preguntó para qué. Yo respondí que tenía un problema. El vigilante me abrió de mala gana y entré. En la recepción encontré a una mujer ruandesa que volvió a preguntarme lo mismo, aunque queriendo saber de qué tipo de problema se trataba. Seguramente al verme con mochila me consideraba un ciudadano de segunda clase y quizá pensaba que eso le permitía darme un trato de segunda clase. No estaba para aguantar interrogatorios de una recepcionista o someterme a su criterio para darme una respuesta, le recalqué que era un asunto personal y muy importante, sólo podía hablarlo con él. Ella se levantó con aire irritado pidiéndome el nombre y la nacionalidad antes de salir a cumplir con el encargo.
El director me recibió en su despacho, era europeo y eso serviría para entendernos mejor. Nos saludamos y me preguntó cuál era el problema. Le conté que estaba buscando a mis dos amigas, quienes debían haber llegado hasta allí con su Land Rover, pero no se encontraban en Gisenyi, que posiblemente habían continuado hasta Ruhengeri, pues su intención era ir a ver los gorilas, con el peligro que ello suponía. Él lo confirmó, nadie se aventuraba a ir por esa carretera, todo el norte del país era muy peligroso, añadiendo que si mis amigas habían tomado la carretera a Ruhengery habían cometido una gran estupidez, y me preguntó a continuación qué podía hacer por mí. Le dije que necesitaba un medio para ir en su busca. Él no comprendió o no quiso comprender, obligándome a ser más explícito y pedirle que me llevaran a Ruhengeri en uno de sus vehículos. El director me miró haciendo una mueca como si hubiera dicho una tontería.
-Nuestros vehículos son para uso oficial, no para ponerlos al servicio de los turistas -dijo.
Respondí que no era un capricho, sino para prevenir del peligro a dos personas. Él se lavó las manos diciendo que si ya habían decidido ir por su cuenta, no podían hacer nada. Le insinué que su deber era intentar proteger del peligro a dos personas extranjeras, pero él se limitó a decirme que lo sentía, esa no era su misión.
Si mis amigas habían tomado la carretera a Ruhengery habían cometido una gran estupidez
Seguramente aquel cargo de Naciones Unidas me veía como un simple y necio turista y así difícilmente podía influir en él. Entonces me vino a la cabeza la cena del domingo anterior en casa de Paco donde encontré al jefe de Naciones Unidas en Ruanda recordando lo que me dijo dándome su tarjeta para que lo llamara si tenía algún problema. Sin pensarlo dos veces le dije al director que quería hablar con él, su jefe en Kigali, dándole su nombre. El director se sorprendió, preguntándome si le conocía. Como respuesta le dije que hacía tres días había estado cenando con él en Kigali. Parecía incrédulo, por lo que acto seguido le mostré la tarjeta que me había dado con su número y le pedí habar con él por teléfono.
El director efectuó la llamada desde el teléfono de su despacho, después de explicarle quién era yo y qué hacía allí me pasó el teléfono. Tras de intercambiar unos breves saludos pasé a explicarle la situación, estuvimos hablando durante un rato de todos los pormenores, él trataba de quitarme preocupación, no creía que hubieran tomado la carretera, a pocos kilómetros de Gisenyi había una guarnición militar que las hubiera puesto sobre aviso del peligro y no las habrían dejado continuar. Repliqué que de haber sido así hacía horas que tendrían que haber regresado a la ciudad, y no estaban allí. Él dijo que podía llamar a Ruhengeri para preguntar si habían sido vistas allí, y de ser así intentar aconsejarlas, no podía hacer más.
Eso no solucionaba el problema ni mi inquietud, entonces le pedí que me proporcionara un vehículo para ir en su busca, respondiéndome que no era posible, principalmente porque no debía ponerme en peligro bajo su responsabilidad. Insistí manifestándole que iría bajo mi propia responsabilidad, pero no quiso comprometerse y fue tajante en su negativa. Yo no cejé de mi pretensión e intenté razonar, incluso suplicar para que accediera a mi petición de ayuda. Finalmente accedió en parte, diciéndome que podía facilitarme un coche para ir hasta la guarnición militar que se hallaba unos kilómetros después de la salida de la ciudad para saber si mis amigas habían llegado hasta allí. Acepté su oferta, al menos serviría para despejar dudas importantes.
Poco más tarde llegó el conductor que debía llevarme y subimos al coche aparcado a la entrada y partimos con él. Antes de nada hicimos un reconocimiento por Gisenyi para ver si descubríamos allí el Land Rover de mis amigas, sin resultado positivo. Incluso paramos en la prefectura de policía para preguntar si habían visto o tenían constancia de la llegada del Land Rover con mis amigas, también con resultado negativo, ni las habían visto ni tenían noticias sobre ellas. Después tomamos la salida a Ruhengeri, yo ya daba por hecho que debían haber tomado esa carretera. Para cerciorarme le pregunté al chófer si era cierto que el Parque de los Volcanes estaba cerrado y no podían verse los gorilas. Él lo ratificó, el parque estaba cerrado desde que los rebeldes habían ocupado las montañas y no se podía ir a ver los gorilas, ni siquiera los ruandeses se arriesgaban a ir por allí.
El parque estaba cerrado desde que los rebeldes habían ocupado las montañas y no se podía ir a ver los gorilas
Tardamos poco en divisar la guarnición militar dispuesta allí para impedir el paso de los rebeldes, había barreras y diferentes protecciones como defensa en caso de recibir su ataque, creo que recorrimos menos de cinco kilómetros para llegar hasta allí. Detuvimos el coche a un lado del camino antes de llegar a la barrera que cerraba el paso. Observé más militares que de costumbre y bien armados. El chófer se quedó junto al coche y yo me dirigí para preguntar en el puesto de control bajo la atenta mirada de los soldados, me habían visto llegar en un coche de Naciones Unidas y eso era un buen salvoconducto para estar relativamente tranquilo.
Saludé en tono amistoso y pregunté por el oficial a cargo de la guarnición. Uno de los militares giró la cabeza y con la mano me indicó la dirección. Observé un par de barracones semiocultos entre los árboles y algunas casetas que quizá servían de vivienda para los mandos, a otro lado había un toldo sostenido por palos donde se hallaba la cocina y junto a ella un toldo mayor con mesas alargadas sirviendo de comedor. Un oficial se acercó para hablar conmigo. En ese momento tuve una visión inesperada: el Land Rover de Julie asomaba cerca de allí entre los árboles. Un chispazo de alegría surgió en mi interior, aunque por otra parte, también de preocupación, el coche estaba allí, pero a ellas no las veía.
Intercambiamos un saludo de cortesía y antes de nada relaté que mi presencia allí era por encargo del director general de Naciones Unidas en Ruanda, citando su nombre, para buscar dos chicas, una de ellas su sobrina, que viajaban en un Land Rover, el cual estaba allí, por lo que suponía ellas también.
El oficial cogió la tarjeta del jefe de Naciones Unidas que le había puesto delante, la observó de cerca y la puso en un bolsillo de su camisa. Me preguntó si conocía a las mujeres. Le dije que sí, por eso estaba allí, preguntándole a continuación dónde estaban.
-Se encuentran retenidas -dijo.
Le pregunté qué significaba eso, a lo que dijo que simplemente debían permanecer allí por el momento. Al preguntarle por qué, respondió que por sospechosas y por resistencia. Algo había ocurrido, pensé.
Aseguré que únicamente eran turistas de visita en Ruanda, pidiéndole que les permitiera regresar a Gisenyi. Pero él denegó, diciendo que debían esperar a ser interrogadas por el comandante. Intenté argumentar que las chicas no hablaban francés, el hecho de estar allí sólo podía ser por una confusión. Le pedí verlas y hablar con ellas, y si quería podía preguntarles, yo haría de traductor para él.
El oficial no dijo nada, eso podía ser que dudaba. Seguí argumentando que ellas no conocían bien lo peligrosas que podían ser algunas zonas del país y por eso habían llegado hasta allí, sólo querían ir a ver los gorilas. Seguramente ellas desconocían que estuvieran los rebeldes en esa zona y el peligro que corrían llegando hasta allí, añadiendo que el director general de Naciones estaría muy agradecido de haberlas retenido allí y de esta forma haberlas protegido del peligro que corrían tomando esa carretera.
-Ellas no tenían permiso para circular en esta carretera y además se han resistido a nuestro registro -dijo como causa de su retención.
Yo traté de disculparlas con varias excusas, pero el oficial continuaba alegando que tenía que interrogarlas el comandante al día siguiente. Eso me alarmó. Le dije que yo no podía decirle al jefe de Naciones Unidas que su sobrina y la amiga iban a pasar allí la noche, eso podía representar un gran problema para todos, incluso para él mismo. Ese problema podíamos arreglarlo entre nosotros, metí la mano en el bolsillo y saqué los 4.300 francos ruandeses que llevaba en él dejándolos sobre la mesa, diciéndole que eso era para invitarle a unas cervezas por su buena voluntad.
Seguramente era mucho menos dinero de lo que aquel oficial esperaba sacar, pero finalmente optó por recogerlo y guardarlo. Luego llamó a un soldado para que fuera en busca de mis amigas. El oficial sacó de un cajón los pasaportes y las barrigueras con su dinero confiscado, entregándoselas y pidiéndoles que lo revisaran. Ellas lo hicieron y comprobaron que allí estaba todo su dinero.
Teníamos vía libre para salir de allí.
Ya en el Land Rover ellas se dieron cuenta que faltaban algunas cosas, seguramente se las habían quedado los soldados, pero no querían reclamarlas, sólo querían salir de allí cuanto antes.
Esa noche dormimos en el hotel Regina, Julie y Karen estaban decepcionadas por la imposibilidad de ver los gorilas, pero a la vez contentas de haber regresado a Gisenyi conservando toda integridad.
Ruanda, diciembre de 1991