Parfait Amour es ese licor aromático de naranja y vainilla que nos conduce a una gran gama consumida durante años y que hacen las delicias de los aficionados a la coctelería.
En el recuerdo más escondido de mis tiempos de tendero de vinos y licores que durante más de cuarenta años tuve la gran suerte de conocer junto a mi familia, están las escenas de los clientes que con diferentes tipos de botellas venían a comprar toda clase de aguardientes y cremas alcohólicas que se vendían a granel. Las embotelladas y de marca eran o bien para las ocasiones especiales o para clientes adinerados que se las podían permitir. Pero no recuerdo que vendiésemos Parfait Amour a granel. Se imitaba todo desde los de nombre propio como el Licor 43 al Cointreau pasando por el Calisay, hasta el Chartreuse. Los despachábamos directamente desde las garrafas a las botellitas que nos traían de medio y hasta de un cuarto de litro. Muchas veces no resultaba fácil pues cuando el azúcar pegajoso, base de muchos de estos licores, se quedaba derramado por la damajuana el pringue era de lo más incómodo.
El origen de todo pudo ser el moscatel que se vendía mucho, sobre todo para aquellos que se lo bebían muy a gusto por las tardes en sus reuniones junto a la radio vespertina, las labores de calceta o el juego de naipes, que de todo había. Con poco alcohol y dulzor amable hacía las delicias de, sobre todo, las buenas abuelas que ojalá volvieran a beber tan rico y tanto. La cosa evolucionó y fueron apareciendo el pipermín (licor de menta como todo el mundo sabe), las cremas de cacao, de café – algunas de ellas muy bien conseguidas imitando a las grandes marcas que entonces eran la francesa Marie Brizard y la holandesa Bols; Tía María o Kahlua no habían hecho su aparición. También había marraschino, cherry brandy y por supuesto los clásicos coñac y anís, que eran los que más se vendían. Tanto que estos dos tenían su propio barril para servir con mayor comodidad.
Cuando se acercaban fechas como la de San Valentín, entonces se celebraba con menor intensidad, se vendía el Parfait Amour, sobre todo el de Bols que era el que antes había llegado a España y tenía fama de ser el mejor, y creo que lo era. Con su hermoso color púrpura oscuro, con sabor a pétalos de flores, principalmente de rosas y violetas, hecho a base de cáscara de naranja, vainilla y almendras, hacía las delicias de los soñadores que estaban seguros de, gracias a él, conseguir la mejor caricia de su amante. También tenía éxito entre las barras americanas de las chicas más traviesas de la ciudad a quienes llevábamos los pedidos y por lo que nos moríamos de ganas de ir para así verlas e imaginarnos imposibles en aquellos años, los nuestros, tan tiernos, aún. Sea como fuere cada vez que alguien solicitaba una botella de Parfait Amour siempre se desprendía una sonrisa entre pícara y divertida, bien por parte del vendedor o del cliente.
También estaba la parte más profesional del asunto, los bármanes o especialistas en la elaboración de cocteles que sí lo solicitaban para preparar los excelentes y siempre sugerentes combinados, desde la variante del “kirsch royal” ( el original es de crema de cassis con champán), es decir Parfait Amour y espumoso, hasta el sencillo con bitter lemon, sin más. De cualquier forma Francia seguía y sigue mandando en los licores tengan o no que ver con el amor, las violetas o lo sugerente.