Un pastor luterano activista contra el nazismo, Dietrich Bonhoeffer, fue quien propuso la teoría de que la estupidez es el enemigo más peligroso para las buenas personas, más incluso que la maldad. Sin embargo, quien popularizó definitivamente la teoría de la estupidez fue el historiador y economista Carlo María Cipolla con su nunca suficientemente loado ensayo Allegro ma non troppo de 1988. Sostenía que la gente estúpida era un grupo más poderoso que la mafia, el complejo militar industrial o la Internacional Comunista, con una coordinación insuperable. Arranca del concepto de que todos nosotros subestimamos el número de individuos estúpidos en circulación, y que la probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de su ser.
Entre las leyes fundamentales de la estupidez, figura que una persona es estulta (sinónimo ineludible) si causa daño a otras personas o grupos sin obtener ganancia personal alguna o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso. Dividía al ser humano entre inteligentes (benefician a los demás y a sí mismos), incautos o desgraciados (benefician a los demás y se perjudican a sí mismos), malvados o bandidos (perjudican a los demás para su provecho) y estúpidos (dañan a los demás y a sí mismos). En una percepción utilitarista, un malvado provoca un movimiento económico de bienes, mientras los estúpidos se quedan en la nada. Nada por aquí, nada por allí.
Pues bien, uno o varios estúpidos han robado estos días la cerradura de la Iglesia de San Juan de Busa en el municipio de Biescas, en el camino entre Lárrede y Oliván. La sublime estupidez, como denuncia Amigos de Serrablo, es que "esta ermita nunca estaba cerrada, no hacía falta llevarse la cerradura. En fin, que queda mucho trabajo para educar en el respeto al Patrimonio".
Quiere decir que el beneficio económico es exiguo por la mera sustracción del cierre, mientras que el perjuicio es importante. No hay movimiento de bienes, luego los ladrones o el ladrón son unos verdaderos majaderos. Eso sí, supone un fastidio y un atentado contra el patrimonio al vulnerar un conjunto histórico-artístico desde hace 42 años dentro de las Iglesias de Serrablo, camino del milenio desde su edificación. Los muy estúpidos, eso sí, han conseguido llamar la atención sobre la accesibilidad a un bonito templo. Amén, Jesús.