Ucrania

Sevastopol me dejó buenas sensaciones, pero aún faltaba la mejor parte del viaje, Yalta, la perla del mar Negro en Crimea

Viajero
20 de Noviembre de 2022
Sevastopol, una perla en Ucrania

Era mi primera vez en Ucrania, llegué por tierra desde Bulgaria finalizando el viaje en Odesa.  Emil, el conductor búlgaro del autobús, un tipo fenomenal del que guardo un gran recuerdo, después de dejar a los pasajeros en la estación de autobuses, como no tenía hotel me dijo que iba a llevarme al suyo. Aparcó el autobús y entramos en lo que parecía un edificio de oficinas en la primera planta, preguntamos en recepción pero estaba lleno. Me dijo entonces que iba a llevarme de vuelta al centro con el autobús.  Dejó la bolsa de equipaje en su habitación, él regresaba a Bulgaria dos o tres dias después, y antes de salir pasamos por una oficina donde Emil quería saludar a alguien.  Quienes estaban allí eran tres chicas despampanantes, me presentó y prepararon un café que tomamos allí mismo. Todavía no habíamnos desayunado.  Aún no conocía nada de Ucrania, pero, en el rato que nos quedamos en aquella oficina, ya había empezado a gustarme ese país.

Cogimos el autobús y con él volvimos al centro, dando vueltas en busca de un hotel para mí. Emil era el propietario del autobús y lo usaba como si fuera un coche utilitario. La verdad es que me sentía abrumado por la extrema gentileza de ese nuevo amigo, dando vueltas en la ciudad buscando hotel para mí con un gran autobús.  Después de los primeros hoteles sin tener suerte, era sábado y quizá eso debía influir para estar completos, me dijo que bajara a preguntar en uno en pleno centro. Lo miré y le dije que debía ser demasiado caro. Por fuera era un edificio majestuoso, ni el hotel Ritz parecía estar a la altura de su magnificencia. Pero entré, por probar.... Por dentro era igualmente suntuoso. Cuando pregunté por habitación me dijeron que tenían disponible, con el precio me llevé una sorpresa inesperada: costaba 15 dólares.

Regresé al autobús para decirle a Emil que me quedaba allí y darle las gracias, hicimos planes para vernos esa tarde y salir juntos en Odesa.

El hotel era antiguo, de categoría, aunque parecía venido a menos. Tenía una habitación bastante grande y una gran ventana que daba a la calle principal, el único problema es que no tenía agua caliente.  Salí a decírselo a la encargada del pasillo. En  el pasillo de cada planta había una mujer encargada de las habitaciones.  Le expliqué por gestos, ya que no entendía inglés,  que no había agua caliente y necesitaba que alguien solucionara eso.  Al final me entendió y por gestos me dijo también que regresara a la habitación, que irían a solucionarlo en diez minutos.  Esperaba que llegara alguien de mantenimiento, pero quien vino fue un señor con un cubo metálico de agua caliente.  Problema solucionado.

Odesa

Había quedado con Emil en un bar.  Allí nos encontramos con otros amigos suyos y estuvimos tomando unas cervezas. Después de un buen rato le pregunté cúando íbamos a cenar, tenía hambre. Simplemente respondió que después. El después nunca llegaba, ya eran casi las diez de la noche y sin cenar, pensaba que ya no encontraríamos sitio a esas horas.  Finalmente se despidió de sus amigos y nosotros cogimos un taxi.  Pensé que íbamos a un restaurante, sin embargo no lo parecía.  En la puerta me di cuenta de que era una discoteca.  Le pregunté que cenar, ¿cuándo?, él respondió que no me preocupara. Nos sentamos en una mesa y una camarera nos trajo una carta, ahí estaba la cena. Desconocía que en las discotecas de Ucrania se podía cenar además de bailar.  Pedimos la cena y unas cervezas, de manera que comimos, bebimos, bailamos y conocimos chicas, servicio completo.

Odesa me causó una excelente impresión, y no lo digo sólo por las mujeres. La ciudad era hermosa, tranquila, con una destacable arquitectura Art Nouveau, con espléndidos edificios como el de la Opera, o lugares curiosos como las catacumbas, túneles que en la actualidad han sido preparados para esconder y proteger a la población en caso de bombardeo. En la parte de descanso y recreo tenía una bonita playa, mientras que por la noche contaba con mucho ambiente nocturno junto a ella, sin olvidar el Puerto, lugar imprescindible  para visitar y pasear, donde creo que los turistas locales escogían su visita como interés prioritario, sobre todo para hacerse fotos en lo alto de la gigante escalera que desciende al puerto. Durante el día el lugar más concurrido era la calle peatonal Derybasivska en el centro de la ciudad, una calle fascinante con sus edificios clásicos y elitistas del siglo XIX, combinándose con el espíritu cosmopolita de sus habitantes.  Para mí, quizá lo más curioso de todo fue saber que Odesa había sido fundada por el español Juan de Ribas.

Después de unos días alli tomé un autobús dirección a Sinferopol, capital de Crimea, la cual todavía no había sido anexionada por los rusos.  Un viaje de más de 12 horas.

El autobús hizo varias paradas, una de ellas a última hora de la tarde en Mikolaev, donde los pasajeros nos bajamos para ir al baño o comprar alguna cosa.  Yo pedí algo para comer y después un café para llevar.  Cuando subí con él al autobús, en mi sitio se había sentado una nueva pasajera, una chica guapísima muy llamativa, con una minifalda que sentada dejaba ver gran parte de sus bellas piernas. No le dije nada del sitio, simplemente le pedí si podía sujetarme el café para colocar la mochila que llevaba al hombro, pues necesitaba las dos manos. Ella me miró e hizo gestos negativos con la mano, girando la cabeza al otro lado.  Volví a insistir que sólo era sujetarme el vaso de café, pero ella mantuvo su postura negando de nuevo con la mano y mirando hacia la ventanilla.  Al parecer entendía que la estaba invitando a café.  Tuve que apañármelas sujetando el vaso entre los dientes para colocar la mochila en la bandeja de la parte superior.

Lo bueno de las mujeres ucranianas era su alto atractivo físico. Lo malo  que ninguna hablaba inglés.

En Sinferopol me alojé en un hotel del centro, de parecido aspecto antiguo y ostentoso por fuera, pero algo decadente por dentro, similar al de Odesa, aunque este me costaba tres dólares menos.  El personal tampoco hablaba inglés, pero eran amables. El primer día, cuando le pregunté a la recepcionista dónde podía comprarme un cortauñas expresándome por gestos para que me entendiera, salió conmigo del hotel dejando sola la recepción y me acompañó hasta un edificio en otra calle y a cierta distancia. Pensé que me llevaba a la tienda donde los vendían, pero nos metimos en  el interior de un edificio en cuya planta baja había algunos locales comerciales, entramos en uno de ellos donde una sala de espera precedía a un salón interior, la recepcionista entró al salón interior donde a una señora le realizaban un tratamiento de algo y habló con una de las empleadas explicándole lo que quería.  La recepcionista me indicó que podía sentarme a la mesa frente a la chica con la que había hablado y se marchó. Yo no entendía por qué me había llevado allí, lo que vi es que me había saltado la cola de espera, entonces la empleada hablándome en su idioma, como si yo entendiera algo, me cogió la mano y la atrajo hacia si apoyándola sobre una pequeña almohadilla,  entonces empezó a hacerme la manicura.

Era la primera vez en mi vida, y la única, que me hacían la manicura, debió estar cerca de un cuarto de hora conmigo.  Me dejó una manos perfectas.  No era lo que quería, pero me quedé contento, además me salió más barato que comprarme un cortauñas: 0,50 dólares.

Sinferopol

Sinferopol también me causó una buena impresión, de hecho me gustó bastante. Por esas fechas debían celebrar algo porque la ciudad parecía estar de fiesta. Al menos, recuerdo un día en que todo el mundo estaba en la calle, donde  justo por delante del hotel pasaban carrozas, bandas de música, grupos de chicas realizando ejercicios semejantes a la gimnasia rítmica, personas ejecutando malabares u otros ejercicios de habilidad, formando un espectáculo en movimiento de gran belleza visual.

La siguiente etapa me llevó a Sevastopol, aquí me alojé en un gran hotel con mejores infraestructuras pero menor abolengo, de precio parecido a los anteriores, junto al mar.  El primer día conocí a un chico que se convirtió en mi guía en la ciudad, llevándome a los lugares más interesantes.  El joven hacía poco que había terminado el servicio militar y había vuelto a casa, no tenía trabajo, pero si tenía novia y me dijo le gustaría comprarse una casa para casarse y vivir juntos, sin embargo las casas costaban demasiado caras y él no tenía dinero.  Casualmente pasamos por delante de una que le gustaba y estaba en venta, su precio 10.000 dólares. Su sueño era encontrar un trabajo, empezar a ahorrar y pedir un préstamo para comprarse una casa. 

Caminando en las calles de las ciudades parecía que me había trasladado a los años sesenta, con sus viejos coches, sus viejos autobuses electrificados, sus calles tranquilas, sus tiendas anticuadas y sus mercados tradicionales. Los mercados donde solían hacer la compra todas las mujeres resultaban tan interesantes como ellas mismas. Me llamaba la atención que fueran a comprar al mercado tan elegantes como si fueran a un evento importante.  No había mujer en Ucrania que saliera a la calle sin estar bien arreglada y maquillada.  Aunque para llamar la atención, algo que para la falta de modernidad aún no había visto en España, algunas mujeres jóvenes salían a la calle con vestidos transparentes, y no es que el calor pegara fuerte.  Sus transparencias dejaban ver perfectamente los tangas que llevaban debajo, dejando traslucir los atractivos cuerpos que se trasladaban en la calle con seductores movimientos. Sobra decir que eran chicas con figuras sensacionales, imposible no girar la vista para mirar.

Sevastopol me dejó buenas sensaciones, pero aún faltaba la mejor parte del viaje, Yalta, la perla del mar Negro en Crimea, el lugar que pondría al descubierto el volumen de mis emociones contenidas en el interior.

Junio del año 2001

 

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