En un delirante y delicioso capítulo de su libro “Siguiendo mi camino” que Mauricio
Wiesenthal dedica a la artista Lili Marlen, el autor hace un curioso paralelismo entre el
azúcar y las sociedades violentas. Dice que “La cultura del Renacimiento utilizó sin
empalago, las palabras dulce, bello, amor y piedad, mientras que en Estados Unidos en
la actualidad mantiene la seducción del azúcar en la alimentación, pero elimina la
“dulzura” en el léxico y la condena en el reglamento de estilo de nuestra sociedad
como ocurrió en el léxico de todas las épocas violentas”.
Y sigue Wiesenthal: “Me gustaría advertir a estos modernos bebedores de ginebra,
vodka y whisky que el alcohol tiene sabor dulce, aunque los destilados sean secos.
Estos apóstoles del amargor y la rudeza se equivocan en las percepciones de su
paladar cuando desprecian el dulce y presumen de vivir en crudo y en seco”.
Y esto me lleva a recordar las colaboraciones que tuve el gusto de hacer durante al
menos tres años para la revista Playboy sustituyendo a mi amigo el periodista
barcelonés Andreu Parra.
Publicista y periodista gastronómico, Andreu Parra Galdón dedicó todas sus energías a
las gastronomía y la cultura del vino, cuando estas disciplinas emergían tímidamente
en un país todavía bisoño en las artes de los fogones. Fue autor de uno de los primeros
libros que se publicaron sobre el cava y estaba ultimando un volumen sobre vinos
cuando se marchó al cielo en agosto de 2003, hace ya 19 años. Miembro de Slow-Food
y de la Asociación Catalana de Periodistas y Escritores de Turismo, desarrolló una
amplia labor periodística en «Playboy» y revistas especializadas como «Vinos y
restaurantes», «Viandar» y las guías gastronómicas «Gourmetour» y «BMW».
Cuando nos dejó, otro gran amigo, Alberto Fornos, relaciones públicas de Bodegas
Torres, me dijo que sustituyese a Parra en Playboy. Y así lo hice, concretamente con un
reportaje con motivo de la aparición en el mercado del vino blanco Gewürztraminer de
la bodega del Somontano oscense Viñas del Vero. Lo titulé: “El blanco que toman las
mujeres y los hombres en secreto”. Y efectivamente así era. Su abanico aromático
amplio y exuberante, lleno de matices amielados y florales, su untuosidad y el tono
aterciopelado con sus elegantes aromas de rosas y especias, que desembocan en un
final sedoso y envolvente hacían las delicias de muchos paladares femeninos que lo
solicitaban, como debe ser, sin ningún complejo en tiendas y restaurantes. Los
hombres insistían con sus tintos mediterráneos, con casta y a veces, con cierta fiereza
y algo rudos. Pero en las cenas y en las comidas privadas sí que solicitaban ese blanco de nombre impronunciable “que está muy rico, oye”. Y así se escribe la historia.
Algunos nombran mal lo que gustan y lo que sienten, actitud que conduce siempre a la
confusión del alma.
Viñas del Vero fue la primera bodega española en elaborar un vino con esta variedad
originaria de Alsacia (Francia). Se dice que procede de la uva aminea, cepa
característica del norte de Grecia, aunque los primeros datos escritos la datan del año
1000 en Italia, en la localidad de Tramin, de donde adopta su nombre traminer. Será
en el siglo XVI cuando llegue a Alsacia, actual reino de esta variedad blanca y allí
cosechará una fama internacional.
Mariano Beroz, llorado y recordado presidente de la DO Somontano, luchó muchísimo
para que esta variedad (la gewurtz, como él la llamaba cariñosamente) y otras
foráneas que entonces se les denominó "mejorantes", formase parte de las
autorizadas en la zona. No se equivocó y bien lo sabe el actual presidente de la
denominación Paco Berroy.